patriarcado
FEMINISMO
OPINIÓN
Desde la Luna de Valencia
El feminismo no muerde

Según lo define María Moliner el feminismo es "La doctrina que considera justa la igualdad de derechos ENTRE hombres y mujeres. Movimiento encaminado a conseguir la igualdad." Para la RAE es "La ideología que defiende que las mujeres deben de tener los mismos derechos QUE LOS hombres."
Como podemos ver mientras la primera definición habla implícitamente de relaciones simétricas entre mujeres y hombres, con la segunda ya existe asimetría, puesto que coloca a los hombres en una posición superior en derechos a los que aspiramos acceder las mujeres. Como sabemos el lenguaje nunca es neutro y en este caso tampoco lo es, naturalmente.
Y si partimos de esa falta de neutralidad entenderemos cómo al manipular tanto su sentido original -denuncia de desigualdades- como su objetivo final -exigencia de equidad real en derechos y oportunidades- nos encontraremos con que cada vez que se habla de feminismo se desatan los demonios del patriarcado en forma de desprecio y degradación del término. Creo que estas reacciones en el fondo solo esconden los miedos del propio patriarcado que teme perder sus privilegios. Y no se trata de eso en absoluto.
Cuando las feministas denunciamos la falta total de igualdad y lo que es peor, de equidad entre mujeres y hombres, no nos lo estamos inventando. Sencillamente lo estamos viendo y sufriendo. Naturalizar esas desigualdades es una forma de enmascararlas y de disfrazarlas de falsa normalidad.
No es natural ni normal que las mujeres cobremos casi un 30 por ciento menos que los hombres por hacer el mismo trabajo y que por tanto también cobremos menos pensiones.
No es natural ni normal que nuestros cuerpos sean mercancías con las que tratar, comprar, vender, usar o abusar.
No es normal ni natural que nuestra salud específica solo sea investigada en momentos como el embarazo y la lactancia y que a lo largo de nuestras vidas nos veamos sometidas a tratamientos médicos investigados y probados en cuerpos masculinos.
No es normal ni natural que las grandes religiones monoteístas busquen, a través del miedo y de la culpa nuestro sometimiento absoluto a sus doctrinas. Y por supuesto tampoco es normal ni natural que dicten normas morales sobre nuestras maternidades y nuestros cuerpos.
No es normal ni natural que a través de socializaciones diferenciadas se nos diga, desde incluso antes de nacer, que se espera de nosotras por ser niñas y mujeres y se nos muestren los límites de nuestras libertades con culpas y miedos.
No es normal ni natural que se obvien nuestros talentos, saberes y aportaciones en todas las disciplinas y a lo largo de toda la historia, ocultándonos nuestra propia genealogía como mujeres y como feministas.
No es normal ni natural que la misoginia siga presente en los libros de texto cuando se estudian a personajes que la predicaron en sus obras. Y ahí siguen.
Estos son solo algunos de los temas que se denuncian desde el feminismo. Y, por supuesto los ASESINATOS de mujeres y niñas a manos de quienes dijeron amarlas. Estos crueles actos que destruyen vidas enteras por ser mujeres. Sencillamente por ser mujeres.
Como vemos, el feminismo denuncia y exige, pero no asesina ni busca intercambiar privilegios. Sencillamente busca equidad y desmontar la actual patriarcalización de la sociedad que somete y degrada de forma continuada con la engrasada maquinaria de la "normalidad" y la "naturalidad" las diversas situaciones cotidianas.
No, el feminismo no muerde. El feminismo exige cambios y transformaciones sociales encaminadas a la construcción de unas sociedades más justas y equitativas para todas las personas, sean del sexo y del género que sean.
Es cierto que hay y habrá diferentes corrientes dentro del feminismo que nos hacen reflexionar sobre temas variados y sus diversas ramificaciones. Y eso es saludable y enriquecedor, puesto que no nos permite acomodarnos en lo aprendido y practicado cotidianamente. Nos empuja a seguir buscando y cuestionando nuestras posiciones. Pero con el denominador común de un objetivo claro: la igualdad, o mejor aún, la equidad entre mujeres y hombres.
Y puedo asegurar que como feminista denuncio y exijo, pero no muerdo.
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
18/TMC/LGL
VIOLENCIA
OPINIÓN
Quinto Poder
Amar en tiempos de guerra

Es despertar y romper
El bozal y las cadenas
Es conjugar y sentir
El verbo amar sin fronteras
Amparo Ochoa, Para amar en tiempos de guerra
A mí nadie me dijo que debía tenerles miedo a los hombres, lo aprendí cuando a los 12 años un sujeto me tocó mi incipiente pecho y sentí tanto asco que llegué a lavarme al baño de la escuela. El lunes pasado, una mujer y una niña fueron asesinadas por hombres cercanos a ellas, en los que confiaban y de los que en algún momento sintieron afecto y no tenían medo.
La realidad es que en México la mayoría de los casos de feminicidio son cometidos por un hombre con el que la mujer tuvo alguna relación y se suponía, no debían tener miedo. Como Selene, que fue asesinada por su pareja en la tienda en la que trabajaba, y quien en un acto manipulador se disparó a sí mismo en forma indecisa –no se disparó en la sien-. No fue un desconocido el que la atacó sino alguien en el que confiaba, se suponía que no debía tenerle miedo.
Lo cierto es que el miedo está latente para las mujeres, y muy probablemente también se esconde una forma de miedo en los hombres aunque en otra dimensión, en las relaciones afectivas entre mujeres y hombres, incluso entre mujeres, siempre hay un temor a mostrarse, a darse, a “abrirse”, a dejar ver los sentimientos pues eso implica la vulnerabilidad y la volubilidad de las emociones.
Las mujeres vivimos con el miedo a los hombres desconocidos, fundado -como en mi caso- por hechos traumáticos y violentos que tienen que ver con la irrupción de nuestro espacio vital, con la violencia sexual sobre nuestros cuerpos. Crecí con las recomendaciones de mi abuela de estar siempre alerta a que nadie tocara mi cuerpo y defenderme como fuera, (llegué a perseguir a botellazos y con una sombrilla a un sujeto que intentó tocarme años después).
Cuando sentí miedo por primera vez al sujeto aquel que me tocó en la calle, también pensé que no tenía cuerpo de mujer, que iba con uniforme y que no había provocado nada, desarrollé más habilidades para afrontar el miedo a esos desconocidos y cuidarme de ellos. Pero poco supe de cómo cuidarme de los hombres a los que llegaría a amar y a quienes mostraría mi vulnerabilidad afectiva, un tema del que hemos hablado poco las feministas en este juego de exteriorizar sin interiorizar los temas más complejos.
Incluso para las feministas, transitamos en el aprendizaje de nuevas formas de relacionarnos con los hombres, aprender a construir nuevas relaciones que no sean posesivas, ni dañinas, alejadas de todo eso que la noción del “amor romántico” nos deformó, y vamos al aprendizaje de nuevas formas, pero sobre todo de la búsqueda imposible de hombres que no sean machistas. Y digo imposible porque estamos conscientes de que al vivir en un sistema social patriarcal todos y –todas- estamos imbricados en el sistema mismo y tenemos interiorizadas sus formas.
Sin embargo, feministas como somos, muchas mujeres construimos relaciones cotidianas con hombres, familiares, amigos, compañeros de trabajo y en relaciones de pareja en las que tenemos oportunidad de reflexionar acerca de las implicaciones del amor como una práctica “política” del ejercicio de nuestro feminismo. Es decir, en el que tenemos oportunidad de dar la batalla al patriarcado.
Hemos reconocido que “hay una guerra”, en la que las muertas caen del lado de las mujeres, que son asesinadas por sus parejas que no aceptaron o no entendieron la autonomía, la libertad, la vida, las decisiones, y mil pseudo razones por las que a diario se comete la violencia de género.
En medio de esa guerra de un sistema social que utiliza la violencia de género, específicamente la feminicida como herramienta de control para garantizar la opresión de las mujeres, las feministas también reflexionamos sobre la posibilidad de construir otras formas de amar en estos tiempos de guerra, en tender puentes de solidaridad y compañerismo. Mejor no lo puede expresar Coral Herrera cuando dice: “En un mundo en el que la gente está presa del miedo y el odio, amarse es una forma de resistencia frente a la barbarie”.
Amarnos en tiempos de soledades radicales es una forma de resistencia al sistema opresor, amar es transgredir, amar es romper el control del sistema patriarcal, pero amar de otra forma libre de los miedos del sistema que nos quiere constreñidas y oprimidas bajo sus propios códigos.
No podemos, o no debemos vivir con miedo, no más un mundo –aunque sé que aún es utópico- en el que las mujeres y los hombres nos relacionemos desde el miedo, el miedo a descubrir que nos hemos enamorado de personajes inventados por la incapacidad de mostrarnos como somos realmente.
Miedo a mostrar nuestras volubilidades o sentimientos porque este sistema patriarcal nos dice que no, que lleva a la impostura porque quien se abre, cede, quien se enamora pierde y se subyuga, vencer la idea de que el amor es una forma de subyugamiento y que enamorarse tiene que ser la pérdida de algo... el paraíso que nunca fue nuestro, no al menos viviendo en un mundo en el que el amor se sigue construyendo como una batalla a la que hay que ir con armaduras y temer al otro.
Hombres y mujeres tenemos por delante aprender a vencer el miedo y a construir relaciones en las que no sea un recurso de autocuidado, y aprendamos a quitarnos la última máscara impuesta por el patriarcado en la sexualidad, la del miedo a la entrega y la confianza.
Cierro con la frase de la canción de Amparo Ochoa, otra, tras iniciar también con una de ella misma: “Como aire que entra por la ranura, los dos jugaron con su ternura, le dio la vuelta a la cerradura, durmió de pronto todos sus males”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
18/AC/LGL
FEMINISMO
OPINIÓN
Quinto Poder
La erotización del cuerpo Segunda y última parte

Erotizar la dominación es sublimar el control sobre el cuerpo de las mujeres, erotizar el subyugamiento es romantizar el sometimiento, erotizar la violencia es alentar la violación y el feminicidio desde una estética de la violencia que mitifica al agresor al convertirlo en héroe, el que se atreve y hace del crimen un “arte” que se reproduce en el cine, la publicidad y los videos.
Basta encender la televisión, sintonizar canales de música, abrir una revista para encontrar una imagen en la que se vende un perfume con una representación de la violación en grupo, o hacer de la imagen perfectamente cuidada por estética de una mujer “encajuelada”, a convertirla en publicidad de un bolso.
Los músicos con sus videos de mujeres que son dominadas violentamente, porque en el imaginario colectivo las mujeres desean ser violadas, y no sabemos si es o no una realidad, que exista o no como idea, ya que es en medio de una erotización de la sexualidad violenta que ésta se convierte en una posibilidad del placer incluso para el imaginario femenino.
El castigo, los golpes, la dureza, son los lugares comunes sobre los que se construye la noción del placer femenino, porque “en el fondo todas desean ser castigadas”, niñas buenas que son violentadas, niñas malas que merecen castigo, arquetipos de seducción tejidos desde un ordenamiento de logos patriarcales que son al mismo tiempo los únicos códigos dentro del orden simbólico de las propias mujeres.
Erotizar el subyugamiento implica la construcción, en el imaginario colectivo de una metáfora del alcance del placer de quien ejerce la penetración como un sinónimo del subyugamiento, de ahí que socialmente los hombres penetrados sean “subyugados”, el mito de la pasividad en relación con ser penetrable y en consecuencia pasar a ser el subyugado por un subyugante, con toda la carga social que eso implica.
Subyugar no tendría sentido en una sociedad en la que ser el subyugante no estuviese imbricado de poder y control, subyuga quien penetra, quien posee el miembro, pero también quien lo utiliza como instrumento sobre otro cuerpo y es por sí y para sí mismo impenetrable. Basta recordar la idea de ser rajadas para las mujeres y la construcción patriarcal en torno a que los hombres no son “abiertos” ni rajados.
Pero también, por otro lado, el más complejo es que en la sique femenina se tenga placer a partir de la posición subyugada. ¿Y cómo no íbamos a entenderlo así? en una sociedad en la que desde pequeñas el mensaje alrededor y en los modelos de placer y erotismo se basan en la idea de que ser subyugada-cosificada es placentero y produce placer.
Las consecuencias, tienen su origen en que como ha dicho Guillermo Weiz, “el hombre concibe una sexualidad imaginaria para la mujer, el cuerpo imaginario de la mujer se reduce a un objeto que solo sirve para motivar las fantasías sexuales de un observador masculino. (…) No obstante, está escrita una intención que no disimula la hostilidad y el odio masculino contra la mujer. En la pornografía se deshumaniza y falsifica a la mujer. Se deshumaniza al presentarla como un objeto y se falsifica al sugerir que la mujer experimenta placer al ser maltratada y humillada.”
Al ser el hombre la medida de los códigos y quien dicta el “orden simbólico”, quien dicta una forma de entendimiento del conocimiento, hace parte de este dictado el entender que el subyugamiento representa una forma de objetización, se “inventa” a una mujer que disfruta no solo la dominación, el subyugamiento y la violencia sino que es así como es ser mujer.
De ahí, que un primer paso sea tomar conciencia de que ese discurso, ordenado a partir de una comprensión patriarcal de lo simbólico, del conocimiento. Pero no queda ahí, ni puede detenerse ahí la reflexión avanzada y pensada por y desde un pensamiento crítico feminista, sino que debe atreverse a desarmar y desarticular todas las creencias que se nos presentan incluso como discursos alternativos o transgresores que solo validan estas formas de pensamiento.
Desconfiemos, sí, desconfíemos de todo y hasta de nuestras propias ideas, de nuestras creencias y argumentos, desmontemos nuestros propios argumentos para defender la dominación, el subyugamiento y la violencia que se travisten de discursos progresistas a favor de la prostitución, la pornografía, la violencia sexual y la violencia erotizada, la estetización de la violencia, el seudo erotismo que violenta, y es que solo así podremos dejar de ser las “hijas de nuestro tiempo”.
De lo que se trata es aprender a reflexionar, no desde nuestras posturas ideológicas, contextos o realidades, porque eso es lo que se espera de nosotras, que seamos sanas hijas de nuestro tiempo patriarcal y nos limitemos a hacer críticas superficiales y al final terminemos comprándonos los discursos que el patriarcado nos ha vendido como alternativos y contestatarios, para estar a la moda y en contra no solo de la mojigatería sino a favor de esos discursos de violencia contra esa “cosa llamada mujer”.
Ya otras identidades tendrán por delante el reto de representante a sí mismas y no a lo que el patriarcado ha moldeado para llamar mujer, no la muñeca plástica sexualizada, dispuesta, abierta, cosa-cuerpo de características y sensaciones dictadas por y desde el patriarcado.
No. Las mujeres reales no somos así, no somos la caricatura que ha sido dibujada por el patriarcado. Apenas estamos haciendo nuestro propio trazo para descubrirnos a nosotras mismas.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
18/AC
VIOLENCIA
Quinto Poder
Importunar no es derecho

El feminismo convoca a que re-imaginemos nuestra forma de vida de manera que podamos “ver” de otra forma, él necesariamente involucra apelar a la ética, incluyendo el llamado para que modifiquemos nuestra sensibilidad moral”
Drucila Cornell
En los últimos meses la discusión acerca de la “mojigatería” o “criterio abierto” de las mujeres que aceptan o no los piropos, o los rechazan, se ha puesto en el centro del debate, distrayendo por supuesto una vez más el tema central de si es correcto que estos hechos ocurran a las mujeres que, como demostró la campaña “#Me too”, ocurre en todo el planeta.
Más recientemente el tema derivó en un manifiesto de francesas en el que se defendía el derecho a “importunar” con la “seducción insistente” o “torpe”, frente a las norteamericanas que expusieron la dimensión del problema en los Golden Globe. El resultado fue tildar a unas de “puritanismo”.
Lo complejo es que el epígrafe con el que inicia este artículo sigue siendo la premisa que nos falta entender acerca de la nueva mirada sobre los adjetivos cotidianos que nos merecen las acciones de las mujeres y los hombres.
Se trata de la mirada. Es cambiar la mirada, la forma como vemos y entendemos lo que hasta ahora ha sido cómodo para unos e incómodo para otros. Nada hay de seductor en el acoso y mucho menos el importunar es válido si nos quitamos la máscara que nos ha sido impuesta desde el patriarcado y que nos enseñó o instruyó a aceptar pasivamente el gesto masculino de seducción, y por otro lado a entenderlo como una valoración en el “mercado de consumo”, nuestro lugar en la sociedad.
Transitar hacia una nueva ética para configurar el propio valor de las mujeres respecto de sí mismas exige normas y expectativas diferentes.
Estándares diferentes en el comportamiento y en la valoración del comportamiento de las mujeres, de tal forma que lo que hace una mujer es calificado y valorado desde una óptica y lo que hacen los hombres lo es desde otra, una más laxa en lo relativo a la noción de lo moral y lo ético, basándose en el deber ser buena, decente, conciliadora y otras características asociadas con las virtudes consideradas femeninas en oposición a los valores reconocidos en los hombres.
No podemos perder de vista que las mujeres están en medio de dos “fuegos”. Por un lado si se pronuncian contra el acoso y hostigamiento, se les tilda –como ha sucedido- de “mojigatas” y por otro lado si se pronuncian a favor se está construyendo una postura “complaciente” con el sistema opresor a cambio de obtener algún beneficio.
Históricamente y es un tema en el que las feministas hemos “bordeado” sin confrontar, es reconocer que persiste en el inconsciente –la máscara impuesta en el interior desde el patriarcado- el deseo a ser aprobada, el anhelo de ser “la favorita” y obtenerlo es la única vía para la autoafirmación.
Cada una desde distintas motivaciones ya sea por el modelo edípico de la que busca ser la favorita del padre, hasta la que –en mi caso, lo admito- busca la perfección como un modelo inculcado por la madre-abuela que nos formó en la autoexigencia, y la complacencia, se sigue buscando en los ojos de otro u otra aunque ello nos conduzca a la locura o el estrés.
No es un tema fácil mirarlo desde adentro, pero es el camino a la construcción de nuevas éticas, nuevas miradas que pueden empezar por una búsqueda interior acerca de cómo estamos reflejando y contribuyendo a responder a esos patrones impuestos de ser conforme al deseo o la expectativa de una perfección que nunca alcanzamos.
Nuestra sensibilidad “moral”, palabra que no me agrada del todo y frente a la que prefiero la “ética” , ha de modificarse en la disposición de reconocer, cuestionar lo que mueve nuestros propios argumentos y respuestas, si es posible una “mojigatería” desde una óptica que demanda aceptar ser “putas en la cama y damas en la sala” o aplaudir una supuesta libertad sexual que hasta ahora solo ha servido para granjear privilegios del disfrute del cuerpo femenino ya sea como bien de consumo o como moneda de cambio para obtener privilegios.
En una sociedad en la que las mujeres, por siglos no hemos tenido otra cosa que un cuerpo que no nos pertenece sino es potestad del sistema social que hoy nos dice que no hay lógica en pretender reclamar que nos pidan permiso –suponen no tienen que hacerlo pues lo asumen como derecho- para tocarlo, golpearlo o asesinarlo, porque al final esa es la dimensión del control sobre “algo llamado mujer”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
18/AC/LGL
DERECHOS HUMANOS
Desde la Luna de Valencia
Propuesta navideña

Inevitablemente se acercan las fechas navideñas. Inexorablemente son tiempos de regalos y de buenos deseos. Incluso las personas a las que no nos gustan estas fechas, acabamos pronunciando la manida frase del "felices fiestas" como consecuencia de la catarsis colectiva que sufrimos socialmente. En fin, hay que pasarlas.
Este año propongo, a quien pueda leer esto, una reflexión como idea de regalo navideño. Y es la siguiente: ¿Qué pasaría si acabáramos (de una puñetera vez) con el patriarcado? ¿Nos lo pedimos?
Si definimos el patriarcado como: "Una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, en la que se da el predominio de los hombres sobre las mujeres, el marido sobre la esposa, del padre sobre la madre y los hijos e hijas, y de la línea de descendencia paterna sobre la materna.
El patriarcado ha surgido de una toma de poder histórico por parte de los hombres, quienes se apropiaron de la sexualidad y reproducción de las mujeres y de su producto, los hijos e hijas, creando al mismo tiempo un orden simbólico a través de los mitos y la religión que lo perpetuarían como única estructura posible. El patriarcado es el constructo primario sobre el que se asienta toda sociedad actual” tendremos pistas para poder preparar nuestra petición de regalo navideño que, al tiempo, podría ser nuestra estrategia colectiva para iniciar una campaña colectiva para sensibilizar contra este sistema opresor.
La terrible alianza entre los sistemas capitalista y patriarcal está renovando su ofensiva contra los cuerpos de las mujeres y las niñas y, de ese modo, reforzar su poder sobre ellos.
Tenemos ejemplos recientes y muy dolorosos sobre lo que digo. La violación en grupo de los malnacidos de la manada a una joven en Pamplona en julio del 2016 y el posterior juicio, incluidos algunos comentarios de los abogados de los malnacidos, la agresión sexual a una adolescente de 15 años por parte de tres jugadores de fútbol de la Arandina, la proposición de ley de Ciudadanos para regular los vientres de alquiler, los recortes de derechos a las jóvenes menores de edad para interrumpir voluntariamente sus embarazos, la cosificación masiva de los cuerpos de mujeres y niñas con el fin último de incitar a consumir y también a consumirlos por parte de los puteros, la hipersexualización de los cuerpos de las niñas siendo incluso bebés con el objetivo de vender, nos hace ver que esa perversa alianza funciona. Y funciona bien.
Desde el feminismo la cuestionamos cada día y clamamos contra ella demostrando cotidianamente que es una alianza perversa y dolorosa que condiciona nuestra cotidianeidad e incluso nos destroza la vida con sus formas violentas de manifestarse o por los corsés que nos impone con su heteronormatividad sexual.
Sé que es una ilusión, pero quiero pensar que poco a poco y denuncia tras denuncia podremos ir recortando esos efectos perversos en nuestras vidas. Quiero pensar que el trabajo que mucha gente realizamos cada día en sensibilizar sobre la desigualdad que generan en todos los ámbitos de la vida estos sistemas opresores tiene resultados.
Que a la infancia que escucha en sus clases que mujeres y hombres han de ser iguales se les quede un poso para plantar cara a ese sistema y aprendan a relacionarse en igualdad de condiciones en todos los rincones de su vida. Que en sus planes de estudio se integre la educación afectivo-sexual que les ayude a entablar unas relaciones más simétricas y menos basadas en estereotipos que solo buscan someter a las mujeres.
Que de cada asamblea de trabajadores y trabajadoras en donde se expliquen las clausulas de los convenios en donde se esconde la desigualdad, sean esos mismos compañeros y compañeras los que las denuncien y exijan unas condiciones de trabajo y retribuciones igualitarias. Y que a su vez haya más mujeres en las negociaciones de esas condiciones de trabajo y de salarios.
Que cada persona con responsabilidad política, sea en un Ayuntamiento pequeño o en las Cortes Generales, se acuerde de ponerse las gafas moradas a la hora de tomar decisiones para que estas no impliquen desigualdades en demasiadas ocasiones ocultas pero reales. Y que se impulsen planes de igualdad para caminar hacia una ciudadanía más equitativa en sus condiciones de vida cotidianas.
Que los medios de comunicación sean mucho más escrupulosos con los lenguajes que utilizan tanto escritos como audiovisuales y con la forma de redactar determinadas noticias para que todas las personas nos podamos ver reflejadas correctamente en esos marcos informativos.
Que se nos dejen de cosificar nuestros cuerpos y se consideren cuerpos humanos de pleno derecho a todos los niveles, incluso en la salud. Y, por tanto que se invierta en investigación para saber qué tipo de enfermedades padecemos como mujeres y con cuerpos de mujeres y qué tratamientos son los más adecuados, dejando de ser ciudadanas de segunda a quienes nos recetan medicamentos que han sido diseñados y probados en cuerpos de hombres, puesto que era el universal sobre el que se estudia medicina, farmacia. Y por tanto que la salud de las mujeres deje de ser "esa gran desconocida" incluso para nosotras mismas.
Que se apliquen las leyes ya vigentes en esta materia para que desde las diferentes instituciones y comenzando por el Gobierno Central se impulsen las medidas ya aprobadas para construir una sociedad menos violenta con las mujeres y la infancia y, por tanto más igualitaria en todos los aspectos.
Si, ya sé que puede parecer una carta a las Reinas Magas, pero creo que es necesaria la implicación no solo de todos los agentes socializadores (familias, escuela, iguales, medios de comunicación) sino también de cada una de las personas de buena voluntad y que tenga claro que otras realidades son posibles. Con mucho trabajo, por supuesto, pero posible al fin y al cabo.
Esa es mi propuesta navideña de este año. De ella parto cada día cuando suena el despertador. Y soy consciente que hay muchas personas que hacen lo mismo cada día. Por eso mismo creo que, aún siendo complicado e incluso a veces pareciendo imposible, realmente no lo es.
Seguiremos trabajando cada día en todas las propuestas y proyectos en los que podamos colaborar para caminar hacia esa sociedad menos violenta con las mujeres y la infancia y más equitativa entre todas las personas. Esa es mi apuesta personal. ¿Y la tuya?
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
tmolla@telefonica.net
17/TMC/LGL
VIOLENCIA
Desde la Luna de Valencia
¡Yo sí te creo!

Esta semana ha quedado visto para sentencia el juicio contra los cinco malnacidos que violaron a una joven en Pamplona en las fiestas de los sanfermines del 2016.
Como hemos visto, los abogados de la defensa han utilizado todo tipo de estratagemas para desviar la atención mediática de sus clientes y hacerla recaer sobre la víctima, cuestionando como siempre, su verdad. En este caso la cuestión iba sobre el consentimiento o no a esas relaciones sexuales y sobre si hubo o no intimidación.
He de reconocer que leyendo algunas informaciones sobre esta estrategia me he planteado hasta qué punto está instalada en nuestro espacio simbólico colectivo la idea de que en el espacio público quien tiene la última palabra son siempre ellos.
Me parece muy cuestionable la deontología profesional de estos letrados al utilizar los argumentos que han utilizado, pero ellos sabrán los motivos. Lo que tengo muy claro es que la víctima, que ellos revictimizaron en el juicio, no creo que les pueda perdonar. Yo no podría hacerlo.
Pero sobre lo que hoy quería reflexionar es sobre la responsabilidad que tiene ahora el tribunal que ha de dictar la sentencia. Y lo digo en varios sentidos.
Si absuelve a los violadores de la manada, a esos malnacidos cretinos, estará dando carta de naturaleza a quienes entienden que violar a mujeres y niñas es algo implícito a la condición de hombre y que va mucho más allá del deseo sexual. Se trata de la máxima expresión del sometimiento de las mujeres a manos de cualquier hombre. Es una peligrosa manera de entender la masculinidad y, por ello habrá que analizar con lupa esa sentencia y no sólo en los términos jurídicos, sino también en términos sociológicos y, por supuesto, con las gafas moradas puestas.
Además si se cuestiona la verdad de la víctima, el tribunal seguirá aplicando la máxima de la falta de equidad a la hora de creer a mujeres y hombres por igual. O sea que dará por buenos los mitos existentes sobre las verdades de voces de las mujeres. Y esas verdades siempre son cuestionadas porque el patriarcado así lo ha impuesto.
Si estos dos argumentos no son ya de por sí delicados, queda también el del impacto social, puesto que al ser un juicio tan mediático se han puesto en evidencia temas como lo que puede o no ser el consentimiento de las relaciones o lo que puede o no ser intimidación.
¿Se imaginan ustedes una situación inversa? Que sean cinco mujeres jóvenes y vigorosas las que hubieran acorralado a un joven solo en un portal y le hubiesen obligado a realizar algunos actos a los que él no dice no porque se siente intimidado, pero queda hecho una piltrafa cuando ellas, ya satisfechas de su felonía, desaparecen.
¿A que cuesta de imaginar? Y cuesta de imaginar porque, pese a todos los avances conseguidos en materia de igualdad, el patriarcado sigue manifestando todo su poder en todos los ámbitos. Y el de los excesos en la calle es uno de ellos.
El sentido de la posesión, el de invencibilidad, el de "me apetece, lo tomo" sin mesura, son algunas características de este tipo de malnacidos que abusan de todo. Ni imaginarme quiero al miembro de la manada que es guardia civil y que tenga que acudir a defender a una mujer que haya sido agredida por su pareja. En qué situación puede quedar esa señora...
Al patriarcado le interesa que haya este tipo de malnacidos para recordar quienes tienen el poder. Y también que haya letrados que no solo cuestionan la verdad de la víctima, sino que hacen recaer sobre ella y su vida posterior toda la culpa de lo sucedido. Y es que hubo momentos en los que no se sabía si estaban juzgando a la manada o a la víctima de la violación en grupo de estos malnacidos.
Afortunadamente la fiscal, Elena Sarasate, puso nombre a las cosas. Y en su alegato final describió la acción como "conjunta y organizada" y que los hechos "se produjeron sin consentimiento y bajo violencia e intimidación. Cuando los acusados terminaron y consiguieron lo que querían, la dejaron tirada y semidesnuda".
En su intervención, esta fiscal desmontó el estereotipo del consentimiento. Es decir no hace falta decir NO para que no exista consentimiento. En todo caso, si no existe un SI claro, no se tiene porqué entender que haya habido consentimiento claro.
Y vuelvo a la responsabilidad del tribunal a la hora de dictar sentencia por todo lo que este caso ha puesto patas arriba.
Es posible que pese a la terrible lentitud con que se va moviendo todo lo que afecta a las violencias machistas y a las vidas de mujeres y criaturas que este terrorismo se lleva por delante, alguna cosa cambie.
Pero el patriarcado sigue ejerciendo su férrea posición y no va a permitir grandes cambios, y por ello quienes dicten sentencia, impregnados como están de filosofía patriarcal, en el mejor de los casos reconocerán los hechos y aplicarán penas más o menos ajustadas, pero no creo que se atrevan a aludir al daño moral causado a la víctima. Ese daño que la acompañará el resto de su vida y que nadie podrá reparar. Ese daño será la victoria del patriarcado sobre esa joven, y sobre todas las mujeres en forma de miedos constantes a ser agredidas por malnacidos hijos sanos del patriarcado asesino.
También este caso mediático está entrando en las escuelas y haciendo reflexionar a familias y personal docente sobre valores como el respeto, la aceptación del NO, la resolución pacífica de conflictos, etc.
Seguramente dentro de unos años seamos capaces de reflexionar y de avergonzarnos como sociedad por no haber creído a esta mujer joven y de cómo algunos abogados son capaces de cuestionar esa voz sin importarles el daño moral que infligen ni la dignidad de la propia víctima.
Y es que como siempre ha dicho mi señora madre, de los errores también debemos aprender.
A ver si somos capaces, como sociedad, de evitar sufrimientos innecesarios y juicios paralelos a las víctimas de las violencias machistas de todo tipo.
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
17/TMC/LGL
FEMINISMO
Quinto poder
Los espacios sociales como plataformas de discurso

A pesar del enorme avance de la teoría feminista, y el cada vez más fuerte posicionamiento de la agenda de los derechos de las mujeres como una prioridad y resultado de la enorme desigualdad social agudizada por la violencia sexual y feminicida contra las mujeres, hoy día es más aceptada una verdad dicha en boca de un hombre que en la de muchísimas mujeres que argumenten lo mismo, lo hayan escrito o publicado antes.
Tenemos la validez del discurso a partir de quien lo nombra, y no podemos afirmar que sea “casual”, sino intencionalmente construido desde el centro del poder que teje finamente las características de lo que es y lo que no es válido, la aprobación del canon, la validación del discurso y al mismo tiempo la certificación desde el centro hacia la periferia.
Esto aparece en discursos, en noticias y en cómo hemos aprendido a aceptar nociones como ciertas, y otras de las que nos atrevemos a dudar, es decir si una información proviene de una fuente, su confiabilidad se remite a quién la emite en relación a su sexo (hombre o mujer), su lugar (si es el centro del país), pero también a quién es como persona por las construcciones de raza y ocupación.
El discurso del poder patriarcal se construye de argumentos, pero también de formas y acciones que rodean este discurso. La centralidad del poder, la hegemonía masculina de la verdad, la blancura y el currículum de quien enuncia, y en esa discriminación selectiva de la información que sigue y se rige bajo los mismos esquemas dictados desde el patriarcado, entonces una verdad dicha por una persona que habita la periferia no puede ni será tomada en serio.
En México durante muchos años se tuvieron “noticieros” oficiales que informaban, y si no se decía ahí no era noticia y no ocurría; igual sucedió después con periódicos que con ese poder entre las manos se pervirtieron al punto de ocultar o enfatizar informaciones a voluntad. La mercadería de la información.
Ese imperio se vio trastocado con la llegada de las redes sociales y con la participación muy bien organizada y estructurada de la sociedad civil en estados del interior del país en los que la realidad ganaba, no había de otra más que emprender medidas alternas, buscar medios diferentes, redes comunitarias, radios y enfoques, coberturas, acciones y trabajos solidarios para hablar de una verdad que estaba ocurriendo y no aparecía por ningún lado.
Esto por supuesto implicó el derrumbamiento de esos discursos autorizados en bocas masculinas, y lo llevó a otras voces e imágenes en los estados, a otros liderazgos más allá del centro del país.
Sin embargo, aún se necesita tener voz masculina para ser escuchada incluso en temas como el feminismo, el feminicidio, incluso en la igualdad, y por supuesto resulta que empezamos a darle más credibilidad a los hombres que se interesaban amablemente por estos temas, sin mirar que se repetía el ciclo del empoderamiento de “ellos”, la apropiación de la agenda de mujeres que “sin nombre y sin trayectorias” habían posicionado, es decir, activistas mujeres que con el afán de que se visibilizaran las problemáticas de los estados abrieron sus agendas, mostraron sus monitoreos y registros, investigaciones y trabajos de años.
Algunas terminaron por verse desplazadas por estos nuevos hombres feministas y por quienes consideran válidos los discursos de la teoría feminista, sólo si es dicha desde una centralidad, porque como antes y como siempre, habitar en la periferia del conocimiento “es no existir”.
Las movilizaciones, organizaciones y los discursos feministas en los estados, han tenido que crecer y ensancharse, posicionarse por una razón: la realidad las estaba aplastando, y si no empezaban por organizarse, aliarse y construir vínculos de apoyo solidario, si no empezábamos a mirar hacia las fronteras y las coincidencias, serían arrasadas por la violencia, por los discursos hegemónicos, el discurso del poder construido y aceptado sólo desde el centro y con voz/cara de hombre.
No debe sorprendernos que hoy día haya emisarios como voces autorizadas para ir a hablar por los estados dando conferencias sobre temas que las organizaciones de mujeres han planteado, denunciado y exigido que se corrijan desde hace años sin que nadie les haga caso.
Pero cuando es dicho por un hombre, blanco, de traje, con título de alguna universidad particular y por supuesto del centro… entonces todo empieza a revelarse como una nueva verdad.
Todo esto permea los discursos que constantemente se generan desde las instituciones, se valida y se asume en plataformas públicas como las redes sociales en las que no es necesario justificarse sino que se suma a una postura social discursiva en la que lo que predomina es lo que es cierto, y es así que tenemos cada 25 de noviembre con discursos oficiales por supuesto dados por hombres que terminan hablando de que “ellos también viven violencia”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
17/AC/LGL
VIOLENCIA
Quinto poder
Los espacios sociales como plataformas de discurso Segunda parte

Como sujetos sociales, en la medida en la que nuestro pensamiento acepte los conceptos de igualdad y no discriminación, podríamos modificar nuestra realidad, es la transformación del pensamiento para así cambiar la sociedad en la que vivimos; para transitar de coberturas noticiosas que criminalizan y violentan, a la conciencia de la gravedad de las violencias.
Un ejemplo que permite comprender la dimensión de la transformación de las realidades a partir del lenguaje y las leyes, es la esclavitud. Cuando unos pocos y pocas señalaban que no estaba bien hubo mucha resistencia, muchas personas sufrían lo indecible a causa de enunciaciones y posturas públicas de personas reconocidas y con poder, que afirmaban que tener esclavos “no tenía nada de malo”, que estaba bien poseer a una persona y que la “superioridad humana” estaba basada en el color de la piel, que eso lo hacía humano.
En aras de esos discursos, apología de la discriminación, se cometieron actos atroces que lastimaron a millones de personas en todo el mundo. Se cometieron hechos que avergüenzan a la humanidad hoy día, conscientes de que no tiene nada de civilizado secuestrar a familias enteras en el África para luego ser vendidas como esclavos y trasladados en barcos hacia América; y si era necesario, ser “desechados” por la borda como lastre.
Los paradigmas de la realidad se transformaron a partir del pensamiento que se transmite a través de la palabra hablada y escrita, especialmente a través de nuevas leyes que nos dejaron claro que no estaba bien ni era muy humanista tener o pretender tener esclavos. Aun así, hoy día persisten formas de esclavitud como la trata.
NUESTRA POSICIÓN EN EL DISCURSO QUE HABLAMOS
Así como en las leyes, en cada uno de nuestros ámbitos de intervención estamos construyendo con nuestras palabras, con nuestros actos, un discurso que se hace desde la posición que ocupamos en la sociedad, de tal forma que los actos y palabras que utilizamos, hablan de la educación que hemos recibido, de los contextos en los que vivimos y de las experiencias de vida.
Dependiendo del lugar que ocupamos en la sociedad podrá ser el nivel de intervención de nuestro discurso. Así lo que un docente, un juez, un médico o un periodista tiene que decir en relación con algún tema, influirá en la opinión pública que percibe esa opinión como influencia.
Lo que un, o una docente dice frente a un grupo, supone una postura política desde la que se enuncia el discurso científico que afecta el sentido de todo lo que se enseña, que permea lo que se dice y se enseña.
De la misma forma, todo lo que decimos en las redes sociales fija una postura política; incluso si hablamos de "cuestiones personales", lo hacemos desde la posición social. El lenguaje adquirido en nuestro lugar social y la opinión, es por supuesto, una postura política de lo privado. Las palabras que usamos, nuestras construcciones lingüísticas, todo, habla del lugar social que ocupamos, de nuestra percepción sobre la realidad social y nuestro proceso de aprehensión de ella.
Visto así, las responsabilidades de la comunicación en los espacios públicos cobran una gran importancia y responsabilidad sobre el alcance de la comprensión de los discursos de igualdad y de Derechos Humanos de las poblaciones.
Sin embargo, sabemos que la mayoría de las veces no constituye un compromiso ni para los jueces, ni docentes y mucho menos para periodistas o comunicadores y, por el contrario, suele afrontar reticencias basadas en purismos del idioma que estamos lejos de poder sostener teóricamente.
Durante su intervención en el Tribunal de Mujeres, la periodista Ana Bernal, señalaba: “nadie nace machista, el machismo se construye en una sociedad patriarcal”. Sí, pero requiere de discursos que lo hagan nacer, lo moldeen, lo alimenten y lo hagan crecer.
¿Quiénes contribuyen a este proceso?
Si hacemos un repaso de los lugares donde se da el proceso de formación, las personas que intervienen y las instituciones que pueden influir en él, podemos ir “de-construyendo” el camino a la graduación de un machista o una persona discriminadora, violenta e intolerante.
El primer paso para deconstruir esos discursos es reflexionar acerca de cómo estamos abonando en sentido contrario, si violentando Derechos Humanos, sosteniendo discursos con sesgos de género, excluyentes y que hace apología de la violencia, que es por sí misma una forma de violencia a los derechos de todas las personas; y atrevernos a construir nuevas formas de hablar y de pensar.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
17/AC/LGL
FEMINISMO
DESDE LA LUNA DE VALENCIA
No son simples palabras

Esta semana he estado impartiendo unas clases en determinadas ciudades a personal docente. En dichas sesiones estuvimos viendo algunas cifras que siguen demostrando tozudamente la desigualdad todavía existente entre mujeres y hombres en muchos ámbitos como la política, la educación, los deportes, las artes, etc. Y que, también tozudamente, nos pone frente al espejo a la hora de asimilar que vivimos en una igualdad formal o legal, pero no real.
También hablamos del feminismo y de sus definiciones. Y nos encontramos con la importancia que tienen las palabras y el interesado uso que de ellas hace el patriarcado. Hemos de recordar que un lenguaje no inclusivo y, por tanto sexista, es el mejor brazo que tiene el sistema patriarcal para mantener su estructura opresora sobre más de la mitad de la población que somos las mujeres.
Como no podía ser de otra manera, porque ocurre siempre, aparecieron las reservas por parte de algún docente intentado confundir el término feminismo con el de hembrismo, pero no lo consiguió.
Estuvimos viendo algunas definiciones que del término feminista se han hecho y en las que más hincapié hicimos fueron en las que aparecen en el diccionario de la RAE y que dice textualmente:
"1. m. Ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres.
2. m. Movimiento que se apoya en el feminismo."
Después vimos la definición que del mismo término nos da el Diccionario de María Moliner, que expone lo siguiente textualmente: "Doctrina que considera justa la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Movimiento encaminado a conseguir esta igualdad."
Si realmente existiera neutralidad en las definiciones y/o en los términos no seríamos capaces de detectar el sexismo en estas dos definiciones. Pero esa neutralidad no existe y por eso vemos la carga de sexismo existente en la definición de diccionario de la RAE, y me explico.
Si partimos de la base de que el patriarcado ha colocado todo lo masculino como neutro y, por tanto ha anulado todo lo femenino, veremos como natural la definición que da la RAE del término, puesto que es normal que el objeto de derechos sea el hombre y por tanto los de las mujeres hemos de aspirar a tener esos mismos derechos.
Sin embargo si consideramos de base que mujeres y hombres han de tener igualdad plena y real nos encontraremos con que esa igualdad ha de extenderse a los derechos ENTRE hombres y mujeres.
Solo es una palabra ("entre") la que desmonta la sexista definición que expone la RAE y que permite mantener la asimetría de poder y, sobre todo de derechos entre mujeres y hombres en perjuicio de las mujeres, por supuesto.
Tal y como decía Gerda Lerner en su libro "La creación del patriarcado" (1986) Al excluirnos de los espacios públicos (y los lenguajes lo son) también el patriarcado nos excluye de la formación de los sistemas de ideas. Con lo cual, si no formamos parte en esa construcción, directamente somos excluidas de las mismas e invisibilizadas.
Por lo tanto nada es casual cuando de definiciones se trata, como ya hemos podido constatar.
En otra de las sesiones, en el tiempo de descanso y después de haber hablado del feminismo como herramienta necesaria para una mayor justicia social y una mayor solidaridad en términos generales para acabar con las desigualdades, se me acercó una persona preguntándome con cierta sorna que cual era el antónimo de feminismo. Me desconcertó un poco, puesto que nunca me había planteado que el término feminismo tuviese un antónimo, dado que en todas las definiciones planteadas exponían las bondades del mismo. Le respondí con humildad que no lo conocía, pero que en cualquier caso y al hilo de lo que estábamos viendo, sería un término terrible y no sólo para las mujeres sino para el conjunto de la sociedad. Cuando se hizo el silencio en el aula invité a quienes estaban allí a que, si conocían el antónimo del término feminismo, lo compartieran con el resto del grupo. Nadie dijo nada.
Pero como soy muy curiosa, cuando llegué a casa, me fui directamente a mi diccionario de sinónimos y antónimos Tesauro y comprobé que no estaba la entrada antónima de dicha expresión. Alguien se había sentido molesto con mi explicación y su manera de demostrarlo fue esa.
Como vemos, las palabras son mucho más que palabras, puesto que construyen ideas, pensamientos, nombran situaciones u objetos y en definitiva, construyen realidades. En ese sentido el patriarcado las utiliza para mantener su opresivo sistema con las mujeres y una forma de mantener el orden es precisamente ocultado o manipulando esas expresiones y/o palabras y así mantener sus privilegios.
No es casual que determinados miembros de la RAE practiquen una activa misoginia contra quienes denunciamos el sexismo en sus definiciones.
Tampoco es casual que los medios de comunicación redacten o muestren noticias que pueden llevar a la confusión, ocultación o cosificación de las mujeres. Todo forma parte de la estrategia patriarcal para que nada cambie.
Y como ya he dicho en alguna ocasión, la alianza entre el patriarcado y el capitalismo, incluso en su manera de comunicarse es terrible para las mujeres puesto que permite utilizar las palabras y las imágenes para convertirnos en meras materia prima para sus terribles negocios de trata de mujeres con fines de explotación sexual, como vasijas para gestar hijos, como meros productos de consumo sexual, etc. Y todo ello justificado con edulcorantes eufemismos que confunden a mucha gente que no acierta a ver esa terrible alianza.
Por eso hemos de llevar cuidado cuando hablamos o escribimos o consumimos imágenes de cualquier tipo, porque no son solo palabras. Son transmisión de mensajes patriarcales que hay que ir desmontando casi palabra a palabra como hemos visto.
Porque desde el feminismo se exige una igualdad real a todos los niveles ENTRE mujeres y hombres y no nos conformamos con la igualdad formal que hoy tenemos y que el patriarcado cree que es la justa. No. Queremos, exigimos, una igualdad real en todos los ámbitos y a todos los niveles y eso debería pasar por revisar los términos patriarcales de los diccionarios y por no cuestionar las voces femeninas y feministas que exigimos ese cambio de paradigma.
Yo voy a seguir con mi mensaje de necesidad de cambio y de exigencia de lenguajes inclusivos en todos los ámbitos. Le pese a quien les pese.
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
17/TMC/LGL
FEMINISMO
DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Los límites de la sororidad

Esta semana me sucedieron unos hechos que me llevaron a reflexionar sobre la sororidad y alguno de sus límites. En este caso el límite lo puso yo.
Hace una semana me invitaron a participar en una mesa redonda para visibilizar la genealogía feminista comarcal y a falta de acabar de cerrar que otras mujeres iban a conformar la mesa, acepté. Además me comprometí en facilitar los datos de otra compañera a la que admiro y respeto mucho.
Al cabo de unos días llamé a la compañera que me invitó para facilitarle el teléfono prometido y aprovecho para preguntarle si ya habían completado la mesa para saber con quién iba a compartir ese espacio. Me contestó que no pero que estaba pensando en llamar a una mujer de cuyo nombre prefiero no acordarme. Me puse pálida al escuchar dicho nombre puesto que se trata de una señora que durante bastante tiempo me provocó mucho dolor y con quien prefiero no encontrarme. Mi reacción inmediata fue la de decir que con esta señora yo no me iba a sentar en ninguna mesa y, por tanto que eligieran. Al cabo de unas horas y un poco más tranquila, llamé a la organizadora le expliqué por encima mi reacción y, desde la humildad, le pedí disculpas reconociendo que yo no era quien para censurar a nadie ni indicarles a quien podían o no invitar. Y con la misma actitud le indiqué que rechazaba la invitación para participar en aquella mesa.
Este hecho me llevó a reflexionar sobre la sororidad. Está claro que las mujeres nos hemos de apoyar y de reconocer para poder avanzar. Hasta ahí lo tengo muy claro. Pero ¿Qué pasa cuando la sororidad con otra mujer provoca dolor propio? Esa fue la pregunta durante muchas horas.
Como en otras ocasiones he dicho, tengo la fortuna de tener buena maestras de vida. Y a alguna de ellas acudí con este dilema para que me ayudara a dilucidarlo. Afortunadamente llegamos a la misma conclusión: Las mujeres debemos compartir luchas, pero no necesariamente afectos y, cuando llega el dolor y el sufrimiento por la causa que sea debemos de apartarnos de él, sea quien sea quien sea quien lo provoque.
Tengo otra maestra de vida que es de la opinión de que la sororidad, en su sentido intrínseco, no existe. Y que no existe debido al trabajo realizado por el patriarcado con su objetivo de dividirnos entre nosotras. Y estamos divididas formando parte de organizaciones cuya esencia incluso organizativa es patriarcal. Estamos divididas por nuestra construcción como personas que fue patriarcal en su momento ya que se nos educó para ser mujeres sumisas y dependientes y que, a pesar de los procesos de deconstrucción vividos por cada una de nosotras, siempre sigue quedando un poso que no conseguimos arrancar del todo por diversos motivos o incluso por desconocimiento en muchos casos.
Las competencias entre nosotras nunca son saludables. Ni individual ni colectivamente. Eso lo sabemos. Y, pese a saberlo, lo seguimos practicando de forma consciente e inconsciente. Yo lo practiqué inconscientemente cuando a la organizadora la "obligué" a elegir entre la otra señora y yo. Por eso cuando me apercibí de ese hecho, la llamé y asumí el dolor que me provocaba esta señora y rechacé la invitación. Puse límites a mi sororidad, puesto que en este caso el consecuente dolor por participar iba a ser mucho mayor que el placer de ser sórica. Así de sencillo. Y, también así de duro de asumir.
Como hecho vivido estos últimos días, todavía permanece en mi piel. Sigo dándole vueltas al tema. No al hecho de haber rechazado la invitación como medida de autoprotección, sino a las barreras invisibles pero férreas que al patriarcado y de múltiple maneras nos pone en el camino para que esa utopía llamada sororidad no sea posible.
La competencia por espacios que ya no nos pertenecen, o que nunca nos pertenecieron; la falta de generosidad entre nosotras; el simple hecho de que otra mujer nos caiga bien o no; las diferencias a la hora de entender la vida en general y el feminismo en particular, por ejemplo. Los intereses de cada una y en cada momento de su vida. Y también y por qué no decirlo, los intereses de las organizaciones a las que pertenecemos, que suelen ser patriarcales y que en demasiadas ocasiones nos utilizan como moneda de cambio; o los egos desmesurados que también los hay; y un larguísimo etcétera, son algunos de los serios obstáculos que, colocados adecuadamente, nos alejan siempre de ser realmente sóricas entre nosotras.
Salvar estos y tantos otros obstáculos, es, sin ninguna duda complicado. Llevamos demasiados aprendizajes patriarcales en nuestras mochilas personales. Son piedras pesadas que nos impiden avanzar adecuadamente. No sé cuál es la solución, sobre todo después del episodio que he comentado.
El patriarcado ha fomentado una fraternidad feroz entre los hombres que ha conseguido que se reconozcan y, pese a todas las discrepancias que también existen entre ellos, sean capaces que actuar conjuntamente ante el objetivo común de mantener sus privilegios patriarcales. Afortunadamente ya se escuchan voces que explican que el patriarcado también les perjudica a ellos, pero esas voces masculinas todavía son minoritarias. Pero en su mayoría se siguen reconociendo incluso como iguales en los conflictos armados.
Pero, ¿Y nosotras?, ¿Qué pasa con nosotras? El feminismo, en su sentido más amplio y más generoso debería ser la solución, pero tampoco lo consigue por las diferentes interpretación y lecturas del mismo. O por los diferentes intereses en su lecturas. No lo sé.
No me siento menos feminista por haberle puesto límites a mi sororidad. Me ha permitido una reflexión íntima de cuáles son mis límites y, al tiempo, mis limitaciones.
Lo acontecido, incluso con todas las dosis de dolor que contiene, me ha permitido reflexionar sobre la real falta de sororidad todavía existente entre todas nosotras. Y que conste que me vienen muchos nombres a la cabeza que, en nombre de esa utopía, están ocupando de forma ilícita espacios que no les pertenecen y perjudicando a compañeras. Nombres que, en mayor o menor medida, hacen de la sororidad su bandera para beneficio propio. Y me vienen muchos...
No tengo soluciones ante estos hechos. Tengo, eso sí y después de esta reflexión, la necesidad de seguir deconstruyéndome para buscar algunas piedras y sacarlas de mi propia mochila. Y también la necesidad de seguir trabajando cada día por una sociedad menos patriarcal, más igualitaria y por ende, más feminista. En esas me vais a encontrar los próximos tiempos.
tmolla@telefonica.net
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
17/TMC
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