amor romántico
FEMINISMO
OPINIÓN
Quinto Poder
La volubilidad y la histeria, su reivindicación

Dos personas pueden mantenerse
sanas, brindarse apoyo, convicción,
amor, masajes, esperanza, sexo.
El camino lento, Marge Piercy
Una mujer puede ser absolutamente racional para la ciencia y los estudios teóricos, y al mismo tiempo ser calificada como voluble, histérica o emocional, porque para arribar a la escena pública, intelectual o de los intercambios sociales afectivos, se espera que asuma un rol asignado desde la impostura emocional como aprendizaje patriarcal, y es cuando se vuelve necesaria la reivindicación feminista de la volubilidad y la “histeria”.
No sólo la noción del "amor romántico" se ha patriarcalizado, también la idea misma de las relaciones humanas regidas bajo la premisa del control y el poder, el subyugamiento y su forma de concebir las emociones.
Vivimos y somos parte de una sociedad en la que hemos sido educadas y educados en un sistema social en el que se apuesta al "ocultamiento" o a la simulación, escondernos detrás de una máscara antes que mostrarnos realmente. Cuanto más encondamos y mejor, más probabilidades tenemos de tener éxito, el control de las emociones hasta domesticarlas, someterlas y por supuesto adormecerlas.
Nos han enseñado que los "sentimientos" no se deben mostrar, que es volubilidad "inestable" y que la "histeria" es cosa de las mujeres. Como una auténtica camisa de fuerza, armadura exterior de la identidad genérica, el sistema patriarcal nos hizo también una máscara interior para aprender a negarnos nuestras emociones y ocultarlas bajo las "cómodas" y lúcidas emocionalidades aceptables.
De tal forma que no hay lugar a la confrontación ni a la reflexión porque ello supone que estás saliéndote de ese deber ser lucido. Sobrevaloramos la lucidez y el autocontrol como parte de lo aceptable en un sistema social en el que solo somos funcionales si respondemos a esos parámetros porque, ante todo ser funcional, útil, servir al sistema productivo, es lo que debe ser; y si el "amor" se ha convertido en una vía para hacerte productivo, se construye la noción de un amor que te haga productivo, no improductivo para este sistema social en el que todo se privilegia a razón de tu utilidad-funcionalidad, al mismo sistema.
Por eso la poesía, el arte, el pensamiento filosófico, la reflexión crítica de lo dado, se convierten en meros accesorios que se salen del parámetro de producción de un bien.
No tener hijos te hace salirte de ese sistema porque dejas de producir "consumidores", pero en un giro de tuercas no reproducirte te hace parte de un sistema "válvula" en el que te sumas a los "cuidadores" del planeta, etc. Y la voluntad de nuevo vuelve a disolverse porque es lo último que necesita el sistema. Que te escuches a ti mismo, que pienses y escuches llanamente tus propios deseos y pensamientos, es lo que no interesa.
Entonces el amor se construye dentro de este sistema social como una práctica sobre la que no hay que reflexionar ni deconstruir, ni analizar, porque solo es "la válvula de escape" que el mismo sistema social te permite para que sigas siendo productivo, pero el amor debe y será bajo los parámetros que dicta el sistema mismo y sus propias reglas.
Impostando emociones que te han dicho que sientas, que vivas, que experimentes, en una suerte no solo de alteración genética sino de la psique amoroso-afectiva para ser lo que es aceptable en este sistema patriarcal.
En medio de esta realidad, cabe preguntarnos ¿podemos desde el feminismo plantearnos una forma de convivencia sin el ocultamiento de las emociones? ¿Cabe la posibilidad de que aprendamos a vivir sin la máscara impuesta al patriarcado bajo la cual se oculta no solo nuestra emocionalidad, sentimientos y otras formas de vivir las relaciones humanas, sino la esencia misma de lo que somos y aprender a re-conocernos?
¿Podemos aceptar que eso que ha sido llamado “volubilidad”, no es sino una expresión de lo humano? ¿que la idea de la “histeria” tan condenada y feminizada, es solo eso, un concepto rechazado por su estigmatización?
Podríamos aproximarnos a sabernos mujeres, personas, conociendo y reconociendo nuestros sentires como sentimientos que han sido cercenados por convencionalismos de un sistema social heteronormado-patriarcalizado en el que, la debilidad no es ponderable, en el que la volubilidad es desde una construcción dicotómica, lo indeseable frente a la estabilidad exigible para ser funcional.
¿Pero qué es lo humano? ¿qué está dentro de lo aceptable y aceptable para quién? ¿Y si volvemos al tiempo de la no institucionalización de la salud mental y aprendemos a mirar el rompecabezas con todas sus partes infinitas como posibles expresiones de todo lo humana que somos...? ¿y si empezamos por despatriarcalizar la noción del ser y la persona?
Quizá así podamos entender por qué la frustración de la no expresividad deriva en la violencia entre personas, entre parejas que eligen golpearse como una forma de aproximarse y romper la detestable soledad radical. Castrados emocionalmente, condenadas y condenados a silenciar las emociones en aras del ser socialmente aceptado.
¿Es el amor un producto del sistema patriarcal-capitalista, o es la forma de entender el amor lo que se ha convertido en un producto más, con etiqueta y características definidas, peso, caducidad y formas de expresión?
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
18/AC/LGL
VIOLENCIA
OPINIÓN
Quinto Poder
Amar en tiempos de guerra

Es despertar y romper
El bozal y las cadenas
Es conjugar y sentir
El verbo amar sin fronteras
Amparo Ochoa, Para amar en tiempos de guerra
A mí nadie me dijo que debía tenerles miedo a los hombres, lo aprendí cuando a los 12 años un sujeto me tocó mi incipiente pecho y sentí tanto asco que llegué a lavarme al baño de la escuela. El lunes pasado, una mujer y una niña fueron asesinadas por hombres cercanos a ellas, en los que confiaban y de los que en algún momento sintieron afecto y no tenían medo.
La realidad es que en México la mayoría de los casos de feminicidio son cometidos por un hombre con el que la mujer tuvo alguna relación y se suponía, no debían tener miedo. Como Selene, que fue asesinada por su pareja en la tienda en la que trabajaba, y quien en un acto manipulador se disparó a sí mismo en forma indecisa –no se disparó en la sien-. No fue un desconocido el que la atacó sino alguien en el que confiaba, se suponía que no debía tenerle miedo.
Lo cierto es que el miedo está latente para las mujeres, y muy probablemente también se esconde una forma de miedo en los hombres aunque en otra dimensión, en las relaciones afectivas entre mujeres y hombres, incluso entre mujeres, siempre hay un temor a mostrarse, a darse, a “abrirse”, a dejar ver los sentimientos pues eso implica la vulnerabilidad y la volubilidad de las emociones.
Las mujeres vivimos con el miedo a los hombres desconocidos, fundado -como en mi caso- por hechos traumáticos y violentos que tienen que ver con la irrupción de nuestro espacio vital, con la violencia sexual sobre nuestros cuerpos. Crecí con las recomendaciones de mi abuela de estar siempre alerta a que nadie tocara mi cuerpo y defenderme como fuera, (llegué a perseguir a botellazos y con una sombrilla a un sujeto que intentó tocarme años después).
Cuando sentí miedo por primera vez al sujeto aquel que me tocó en la calle, también pensé que no tenía cuerpo de mujer, que iba con uniforme y que no había provocado nada, desarrollé más habilidades para afrontar el miedo a esos desconocidos y cuidarme de ellos. Pero poco supe de cómo cuidarme de los hombres a los que llegaría a amar y a quienes mostraría mi vulnerabilidad afectiva, un tema del que hemos hablado poco las feministas en este juego de exteriorizar sin interiorizar los temas más complejos.
Incluso para las feministas, transitamos en el aprendizaje de nuevas formas de relacionarnos con los hombres, aprender a construir nuevas relaciones que no sean posesivas, ni dañinas, alejadas de todo eso que la noción del “amor romántico” nos deformó, y vamos al aprendizaje de nuevas formas, pero sobre todo de la búsqueda imposible de hombres que no sean machistas. Y digo imposible porque estamos conscientes de que al vivir en un sistema social patriarcal todos y –todas- estamos imbricados en el sistema mismo y tenemos interiorizadas sus formas.
Sin embargo, feministas como somos, muchas mujeres construimos relaciones cotidianas con hombres, familiares, amigos, compañeros de trabajo y en relaciones de pareja en las que tenemos oportunidad de reflexionar acerca de las implicaciones del amor como una práctica “política” del ejercicio de nuestro feminismo. Es decir, en el que tenemos oportunidad de dar la batalla al patriarcado.
Hemos reconocido que “hay una guerra”, en la que las muertas caen del lado de las mujeres, que son asesinadas por sus parejas que no aceptaron o no entendieron la autonomía, la libertad, la vida, las decisiones, y mil pseudo razones por las que a diario se comete la violencia de género.
En medio de esa guerra de un sistema social que utiliza la violencia de género, específicamente la feminicida como herramienta de control para garantizar la opresión de las mujeres, las feministas también reflexionamos sobre la posibilidad de construir otras formas de amar en estos tiempos de guerra, en tender puentes de solidaridad y compañerismo. Mejor no lo puede expresar Coral Herrera cuando dice: “En un mundo en el que la gente está presa del miedo y el odio, amarse es una forma de resistencia frente a la barbarie”.
Amarnos en tiempos de soledades radicales es una forma de resistencia al sistema opresor, amar es transgredir, amar es romper el control del sistema patriarcal, pero amar de otra forma libre de los miedos del sistema que nos quiere constreñidas y oprimidas bajo sus propios códigos.
No podemos, o no debemos vivir con miedo, no más un mundo –aunque sé que aún es utópico- en el que las mujeres y los hombres nos relacionemos desde el miedo, el miedo a descubrir que nos hemos enamorado de personajes inventados por la incapacidad de mostrarnos como somos realmente.
Miedo a mostrar nuestras volubilidades o sentimientos porque este sistema patriarcal nos dice que no, que lleva a la impostura porque quien se abre, cede, quien se enamora pierde y se subyuga, vencer la idea de que el amor es una forma de subyugamiento y que enamorarse tiene que ser la pérdida de algo... el paraíso que nunca fue nuestro, no al menos viviendo en un mundo en el que el amor se sigue construyendo como una batalla a la que hay que ir con armaduras y temer al otro.
Hombres y mujeres tenemos por delante aprender a vencer el miedo y a construir relaciones en las que no sea un recurso de autocuidado, y aprendamos a quitarnos la última máscara impuesta por el patriarcado en la sexualidad, la del miedo a la entrega y la confianza.
Cierro con la frase de la canción de Amparo Ochoa, otra, tras iniciar también con una de ella misma: “Como aire que entra por la ranura, los dos jugaron con su ternura, le dio la vuelta a la cerradura, durmió de pronto todos sus males”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
18/AC/LGL
No nos enseñan de igual forma qué significa amar y ser amadas
¿Se puede pensar el amor?

Es necesario profundizar y reflexionar sobre los mitos que atraviesan nuestras relaciones. Pero intentando hilar fino, ya que en muchas ocasiones y en determinados contextos, pareciera que ya nos hemos librado de algunas creencias del amor romántico -como el mito de la media naranja o el amor eterno-, pero no somos conscientes de cómo están calando algunas nuevas creencias que siguen beneficiando al capitalismo más voraz.
Desde la construcción patriarcal y capitalista se nos hace creer que todo lo relacionado con el amor forma parte de la naturaleza humana y es universal. Esto, que parece algo inofensivo, es tremendamente efectivo, ya que todo lo que es natural es inamovible y, por tanto, no se puede cuestionar ni modificar. Además, tampoco es neutral: las personas socializadas como hombres y como mujeres no hemos tenido el mismo aprendizaje sobre el amor. No nos han enseñado de igual forma qué significa amar y ser amadas.
Es especialmente beneficioso para el patriarcado hacernos creer que el amor, ese ente abstracto y etéreo, está desligado de lo que pasa en las relaciones. Es decir, parece ser que se puede querer a una persona que nos trata mal, que nos agrede, que nos violenta. Y esto no solo es así en la construcción del amor romántico, sino que también se nos enseña en otros vínculos, como los familiares, donde el amor es obligatorio, más allá de lo que pase o deje de pasar en las relaciones concretas. Esto abre las puertas a que la violencia tenga mucho espacio en el que circular.
Yo no niego que se pueda querer a alguien con quien la relación es difícil o a alguien que ya no está o que ha muerto, o incluso querer a alguien que en un momento dado nos hace daño. Pero esta idea de que el amor va por un camino que nada tiene que ver con lo que ocurre en las relaciones nos genera una gran confusión a la hora de identificar qué nos hace sentirnos queridas o cómo sabemos que queremos a alguien.
Para el patriarcado capitalista el individualismo más descarnado es un gran aliado. Y han invertido muchos esfuerzos en hacernos creer que lo que pasa dentro de cada quien no tiene que ver con lo que pasa a nuestro alrededor. Nos han hecho pensar que cada persona puede hacerse a sí misma, que la identidad es un logro individual y que el ideal de autorrealización personal pasa por quererse a una misma y ser libre. “Primero hay que quererse a una misma para después poder querer y que te quieran”, nos han dicho.
De esta forma, se nos enseña también a desligar el amor hacía nosotras mismas de lo que sucede en nuestras vidas o relaciones. Da la impresión de que podemos querernos en abstracto y que esto que se llama autoestima se pudiera cuantificar: alta, baja, ¿normal? La autoestima se ha convertido en una meta a la que llegar, incluso pareciera que si llegas es para siempre, “por fin he conseguido quererme y de ahí ya no me mueve nadie”. Estoy segura de que tener una relación amorosa con una misma es algo positivo y nos permite relacionarnos mejor, pero creo que quererse a una misma no está desligado de los momentos que atraviesa nuestra vida o del contexto que habitamos. Contexto que, por cierto, no es indiferente, ya que históricamente las mujeres hemos tenido prohibido el acceso a nuestro amor propio.
Con la libertad pasa algo parecido. Se nos ha hecho pensar que el sentirse libre tiene que ver exclusivamente con una misma, con hacer lo que quieres y cumplir tus deseos. Como si la libertad no tuviera que ver con la interacción sino que fuera una propiedad privada. O como si todo el mundo entendiéramos la libertad de la misma forma o quisiéramos ser libres de la misma manera. Hasta nos olvidamos del pequeño detalle de que hombres y mujeres no tenemos la misma legitimidad social para ejercer esta libertad individualista.
Uno de los temas más recurrentes cuando hablamos de la construcción del amor son los celos. Hay una tendencia a pensar en los celos en términos de si son o no biológicos. Yo no dudo de que sentir celos sea algo que nos atraviesa el cuerpo, porque lo he vivido, ni tampoco dudo de que seamos responsables de hacer algo constructivo con esa sensación (aunque reconozco que me hace un poco de ruido que la única solución que parece viable sea la de ir a una terapia, como si todo el mundo tuviera el dinero para pagársela). Pero en un contexto donde reconocemos la construcción cultural de nuestras formas de amar y ser amadas me cuesta pensar en los celos en términos individuales solamente, como una conclusión de identidad: soy celosa.
Considero que lo que llamamos celos es una traducción cultural de otros sentimientos, que muchas veces tienen que ver con la inseguridad o el miedo a la pérdida, pero que esas sensaciones se asientan en una construcción que nos dice que el amor es finito y que depende de que nos portemos bien. Esto nos hace vivir una permanente sensación de no aceptación de lo que sentimos o deseamos, de miedo a que nos dejen de querer ante cualquier conflicto o desencuentro. Y ésta, claro, es la antesala de la competencia por el amor.
Creo también que no podemos ignorar que los celos no son independientes de lo que sucede en las relaciones, y que en algunas ocasiones podrían incluso ser un síntoma de que se está produciendo algún tipo de abuso. Muchas veces podemos ver que los celos son testimonio de que algo importante para nosotras está siendo trasgredido.
Otra cuestión que considero muy importante repensar, como uno de los ejemplos más arraigados y desgarradores de esta creencia de que el amor es natural, es el enamoramiento. Esa fase que nos dicen que es la mejor de las relaciones, pero que como es temporal después la seguimos anhelando constantemente. Parece ser que si te enamoras no puedes hacer nada por evitarlo, que todo el mundo nos enamoramos de la misma manera (con esa sensación de mariposas y nervios), que dura el mismo tiempo (se hacen estudios “científicos” que dan una media), que es una cuestión química y de atracción instintiva. Sin embargo, en este sentido, resulta sospechoso cómo los hombres y las mujeres no lo experimentamos de la misma forma: así generalizando en el enamoramiento los hombres tienden a reforzar el amor hacia sí mismos y las mujeres tienden a perderse de sus propios deseos y centrarse en la otra persona.
También llama la atención el hecho de que nos solemos enamorar de un determinado tipo de personas que cumplen con algunos que otros ejes de poder: como el modelo de belleza imperante, la clase social, el éxito o determinados valores y actitudes que se erotizan culturalmente.
Me pregunto cómo hubiera cambiado mi vida, y cuánto sufrimiento me hubiera ahorrado, si desde pequeña me hubieran dicho que puedo elegir de quien me enamoro, igual que elijo a mis amistades, y que esa elección puede estar basada en lo que es importante para mí. ¿Qué hubiera pasado si me hubieran invitado a explorar mi capacidad de amar y no tanto a buscar el objeto amoroso que me haga sentir completa?
Desde mi mirada, es necesario profundizar y reflexionar sobre los mitos que atraviesan nuestras relaciones, intentando hilar fino, ya que en muchas ocasiones, y en determinados contextos, pareciera que ya nos hemos librado de algunas creencias del amor romántico, como el mito de la media naranja o el amor eterno, pero no somos conscientes de cómo están calando algunas nuevas creencias que siguen beneficiando al capitalismo más voraz.
Mitos que tienen que ver, por ejemplo, con pensar que una relación buena es aquella en la que no hay conflictos y que algún día encontraremos a esa persona adecuada con la que nos entenderemos a la perfección; o como que la persona que abre los conflictos (habitualmente las mujeres) es la que los crea; o como que en una relación basta con hacer acuerdos y dejarse fluir (aunque nadie sepa muy bien qué es y cómo se hace); o como que si una relación no nos mantiene en un estado permanente de plenitud, felicidad y satisfacción es mejor dejarla; o como que si no tenemos pareja o diversas relaciones es un síntoma de que nadie nos aguanta, de que somos difíciles o demasiado exigentes; o como que si una relación se transforma o se termina es un fracaso personal; o como que la pareja es el lugar de intimidad por excelencia, el sitio donde podemos ser auténticas; o como que en esto del amor hay que ser consistente y coherente entre lo que dices, piensas, sientes y haces.
Lo peligroso es que estas ideas nos provocan una continua y constante sensación de inadecuación que nos genera una gran violencia interna.
No creo que haya que aguantar y que el amor lo puede todo. Pero pretender que una relación esté exenta de conflictos o nos mantenga en un estado permanente de felicidad es una tendencia desconectada de la propia vida, fruto de esta cultura del hedonismo capitalista.
Tener pareja (o múltiples relaciones) sigue siendo sinónimo de éxito social y, lo que es más desolador, se ha convertido en un configurador de autoestima. Aunque de sobra sabemos que no tener pareja no significa que estés carente de amor o que tenerla no significa que disfrutes del amor. Eso sí, la estructura capitalista quiere personas aisladas, que se comuniquen lo justo, que no muestren excesivamente sus emociones, que siempre estén felices y se diviertan. Pero además, y sobre todo, que no sean auténticas, excepto con sus románticas parejas. No nos permitimos ser auténticas pero lo anhelamos; lo malo es volcar ese deseo en una persona en exclusiva.
Aclaro que tampoco creo que esté mal hacer acuerdos y dejarse fluir. Solo que pienso que muchas veces no es suficiente. Porque en una relación viva entre seres vivos y en continuo cambio, es fácil que las palabras suplanten a la propia realidad, reduciendo nuestro campo de visión e invisibilizando la complejidad. Dar por hecho a la gente o a la propia relación es la muerte de lo vivo de esa relación.
¡Qué tranquilizador es para mí saber que podemos ser inconsistentes y hasta contradictorias!
Creo que es fundamental reflexionar sobre cómo en algunos nuevos modelos del amor llamados libres no se entran a cuestionar discursos patriarcales y capitalistas como el individualismo más feroz, el desprecio a la compasión, el abuso de poder, el consumo de cuerpos y enamoramientos, el ansia de diversión permanente, el rechazo a nuestra vulnerabilidad, el afán de sustitución compulsiva de lo viejo por lo nuevo, el culto a la belleza sin movimiento y sin alma, la propia valoración en relación al gustar o no gustar…
Algunos de estos modelos se asientan en una idea profundamente neoliberal: la de la tiranía del deseo. Donde lo más importante es seguir nuestro deseo, por encima de todo (entendiendo deseo como hacer lo que siento y quiero en cada momento), y donde, por supuesto, el deseo y el cuidado son mutuamente excluyentes. El cuidado es entendido como un sacrificio y no como un deseo en sí mismo.
Estoy convencida de que muchas veces tener unos ideales o principios nos puede servir para hacer algo creativo y no violento con algunas emociones o situaciones, para no reproducir ciertas normas sociales de opresión. Pero otras veces, esos discursos pueden llegar a convertirse en una barrera simbólica que nos impide ser.
En mi experiencia, por aferrarme a un ideal, algunas veces en lugar de estar abierta me he perdido y en lugar de sentirme libre me he sometido. A veces, incluso una de mis identidades preferidas, como puede ser la feminista, me ha hecho cerrarme a vivir la contradicción, porque también en esas identidades existen muchos deberías y normas sutiles de cómo hay que vivir el amor, haciendo que la experiencia amorosa esté plagada de historias únicas.
Los mandatos pueden ser capaces de oscurecer nuestros propios entendimientos, pero no los eliminan. Por eso muchas veces vivimos en permanente contradicción interna.
Vivimos en una cultura en la que los asuntos amorosos se pretenden resolver con metáforas de gestión emocional o control. A mí me parece más interesante pensar colectivamente cómo generar contextos que nos permitan pasar de la ética del control a la ética de la colaboración, honrando lo que es importante para nosotras, para las demás y para la propia relación, en ese juego que se establece entre la realidad y el deseo.
Contextos donde podamos entender nuestra capacidad de ser libres como una experiencia de relación y con “sentido de lo común” (según la acepción de Hannah Arendt: lo que tiene sentido para el bien común y no solo para una o unas pocas personas).
Me parece importante desmarcarnos de la dicotomía que se establece entre lo real y lo ideal, para darle espacio a lo inaudito, lo imprevisible, lo que está fuera de los márgenes de lo normal, lo que no tiene tanto espacio para escucharse y ser circulado.
Creo que poner palabras a lo que está sucediendo en nuestras relaciones, transparentando nuestros deseos, dolores, miedos y contradicciones, nos puede ayudar a salir de la lógica del asfixiante discurso del deber ser. Y así, construir tramas que desafíen la “normalización” y que nos permitan deshacernos de nuestros guardianes internos y del control permanente de unas sobre otras. Pasar de este relato pobre y problemático del amor que nos presenta el patriarcado a relatos del amor multihistoriados y enriquecidos.
Abrir puertas para seguir conversando (que etimológicamente significa transformarse con la ayuda de alguien) lejos de esas verdades totalizadoras que aprisionan nuestras vidas. Esto es increíblemente esperanzador para mí, entendiendo la esperanza no como el deseo de que todo salga bien, sino de que las cosas tengan sentido.
Parafraseando un hermoso poema de Adrienne Rich, sentir que bajo nuestros párpados unos nuevos ojos pueden abrirse.
*Este artículo fue retomado del portal Pikara Magazine.
18/LL
FEMINISMO
Quinto poder
La erotización del cuerpo femenino Parte I

Ya sea bajo la violencia, la dominación o el subyugamiento, el cuerpo femenino es atravesado en la escena pública por la erotización en lo público de estas tres condiciones que derivan en tres formas de “entender” el placer y la identidad sexual femenina, lo que ha llevado a la construcción social de una imagen sobre lo que es ser mujer y las formas de experimentar el placer desde una óptica patriarcal.
¿Por qué es importante entender estas formas de erotización del cuerpo femenino y en qué consisten?
Por un lado, la erotización de la dominación que se representa en el cine, el arte, la moda e incluso en el amor romántico en el que la mujer dominada es el ideal de la construcción social, como un sujeto pasivo que de esa forma y bajo esta circunstancia encuentra placer, pero también su propia condición.
El subyugamiento sexual, el subyugamiento social, la mujer “eterna menor de edad” que requiere la conducción y que incluso en el plano sexual ha de ser conducida y guiada, bajo su propia voluntad que cede ante el deslumbramiento del poder económico, social, físico o intelectual de un hombre.
La subyugación alcanza sus máximos niveles en la publicidad como un mecanismo para la consecución de fines que los varones tengan respecto a las mujeres, así un anuncio de un anillo matrimonial es capaz de “abrir las piernas de una mujer”, de la que solo es visible el tamaño de la piedra, representación del poder que alcanza el hombre y que ejerce sobre una pasiva sin voluntad, maleable y deslumbrada.
La violencia es otra de las experiencias que atraviesan la sexualidad y que al erotizarse se convierten en un elemento más de estímulo y forma de aproximarse al cuerpo femenino, escenas de películas, publicidad, la construcción de una pornografía que sublima la violencia como una forma de experimentar el placer para las mujeres que son así subyugadas y dominadas en su “rebeldía”.
Durante los años 80 y 90, incluso a principios del nuevo milenio, tanto la música como la moda encontró en estas tres líneas la aproximación a la sexualidad femenina que de esta forma construye su propia identidad, es decir, en el imaginario femenino se depositó la idea de que ver una escena de subyugamiento, dominación y violencia era la forma de experimentar el placer y el disfrute de una erotización permeada por estos elementos.
No debe sorprendernos que, con este contexto, lo que haya ocurrido es que tenemos una sociedad en la que los hombres atravesados por su noción patriarcal de la sexualidad femenina creen que es mediante estos tres elementos como se construye el placer femenino, alentando así a una idea pública de que la violación es parte de esa forma.
La moda contribuye en gran medida a esta condición cuando en la publicidad o por sí misma explota y explora cualquiera de estas tres formas de erotización, ya sea mediante el uso de elementos del sadomasoquismo (cuero o estoperol, por ejemplo).
Así como el lenguaje, no hay vestimenta “inocente” y la ropa es lo mismo representación de la condición de subyugamiento cuando infantiliza a las mujeres que condición de dominación con corsés que sujetan el cuerpo, lo constriñen y prácticamente tienen “maniatada”, modas que las mujeres asumimos y difícilmente podemos separar de los gustos porque así hemos crecido, siendo educadas en la vestimenta sexy con una vía para la aprobación.
La ropa, la postura e incluso la forma de interacción social de las mujeres genitales o socialmente construidas está determinada desde estas formas de atravesar la sexualidad, cuestionarlo, deconstruirlo e interpelarlo desde un extrañamiento crítico es y ha sido una de las preocupaciones e intereses principales de las mujeres que deciden abandonar la posición pasivo-receptiva de estas formas de erotización.
Transitar hacia una conciencia de la erotización basada en la dominación, el subyugamiento y la violencia implica uno de los mayores retos que afronta el ser mujer, no se trata de pretender que abandonemos de un día a otro toda la ropa, las películas, los vídeos musicales y la publicidad que hace apología a esta construcción de la violencia, sino de tomar conciencia y entender lo que hay detrás de una imagen hecha desde el afuera-patriarcal y que es impuesta a las mujeres como un estándar imitable como única forma de ser.
Ser “mujer” es distinto a ser el producto inventado-impuesto desde el patriarcado, las mujeres apenas estamos descubriendo nuestro yo, debajo de todas las máscaras y corsés impuestos desde el patriarcado. Reproducir ese ser mujer sin ningún cuestionamiento, es reproducir la invención del patriarcado.
No es imitar el ser mujer-patriarcal lo que necesitamos, es inventarnos una nueva forma de serlo.
18/AC
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
VIOLENCIA
Desde la Luna de Valencia
Nuevas formas de violencias machistas

Lo nuevos tiempos conllevan nuevas tecnologías y con ellas surgen nuevos lenguajes y nuevas formas de violencias machistas.
Como ya he dicho en numerosas ocasiones, los lenguajes no inclusivos (y los son casi todos) son el mejor aliado del patriarcado para mantener su sistema opresor.
Durante la adolescencia, y sin ninguna formación en educación emocional ni afectivo sexual, nuestros jóvenes tienden a confundir el deseo sexual con el amor. Y, como sabemos, no es lo mismo. Y de ese desconocimiento y/o confusión, potenciada por toda la parafernalia de películas Disney y demás, se alimenta la opresiva idea del amor romántico.
Una idea que esencialmente busca la renuncia de las jóvenes a su propia vida y a sus propias necesidades y deseos en aras a complacer los deseos de su novio. Y eso, además de generar una dependencia emocional que las puede anular, puede resultar incluso peligroso para ellas.
El primer síntoma es la negación de esa renuncia y/o dependencia por parte de ella ante alguna pregunta de las amigas o familiares. Su autoafirmación como igual dentro de la relación tóxica puede llevar implícito un terrible miedo a la pérdida de quien ha "elegido" para que esté a su lado. Y, en demasiadas ocasiones, para mantenerse al lado de él, que le insiste en que la quiere y que el amor es sexo, se cede a una relaciones quizás no deseadas, pero necesarias para que él no la abandone. Ese es el orden patriarcal. La satisfacción del deseo sexual a través del chantaje emocional del amor romántico.
Y esto puede empeorar si en algún momento ha habido alguna grabación de vídeo o fotos de carácter sexual puesto que se pueden utilizar para aumentar la intensidad de ese chantaje sobre la chica con la amenaza de divulgarlas. Así ella queda más atrapada dentro de esa relación tóxica. Y así, también aumenta el orden poder-sumisión que busca el patriarcado, siempre ávido de un mayor poder y dominio sobre las mujeres.
La violencia machista estructural que ha supuesto el desmantelamiento de los recursos para la sensibilización y prevención de las violencias de género, así como el adoctrinamiento patriarcal que ha supuesto la implantación de la LOMCE, no ha hecho más que dar alas a estos nuevos modos de violencia contra las mujeres. Sin recursos económicos ni educativos adecuados, la prevención de estas violencias desde las aulas se complica bastante. Y si además le sumamos que la negación de que este tipo de violencias se produzca en las aulas por parte de casi toda la comunidad educativa, tendremos nuevos focos de preocupación por la falta de detección.
Nadie dijo que detectar las violencias machistas entre la población joven y no tan joven fuera fácil. Ni mucho menos que la salida a esa situación fuera un camino de rosas. Pero creo que no se está prestando la atención necesaria a estos primeros síntomas que tienden a darse entre nuestras chicas jóvenes en sus primeras relaciones.
Los micro machismos naturalizados en todos los ámbitos de la vida no ayudan en nada e insisto en que sin recursos no se pueden desmontar mitos, creencias, situaciones perversas, para evitar nuevas situaciones de violencias machistas en nuestras mujeres jóvenes.
Con esto no quiero decir que todos los jóvenes sean maltratadores potenciales, pero sí que son víctimas potenciales todas las jóvenes, puesto que es en ellas, en las mujeres en general, en quien se ceba el patriarcado.
No basta con la voluntariedad de parte del personal docente por detectar e intervenir ante la más mínima sospecha. Las administraciones educativas deben intervenir haciendo prevención desde el minuto cero. Los pactos están muy bien como referentes políticos, pero se han de desarrollar para llevarlos al terreno de los patios de las escuelas, a las aulas de todo el sistema educativo. No podemos quedarnos solo con las intenciones reflejadas en dicho pacto, porque entonces no avanzamos nada.
Como formadora de personal docente en esta materia me he encontrado de todo. Incluso con algún profesor hombre que incluso llegó a sugerir la justificación de dichas violencias en los patios como forma de socialización entre niñas y niños. Afortunadamente el resto del grupo y yo misma reaccionamos y le hicimos ver su error. Pero sigue habiendo una cierta resistencia de algunos profesores hombres hacia, por ejemplo, la definición que hace la Ley Orgánica 1/2004 sobre Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género que en su Preámbulo y que en su primer párrafo afirma:
"La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión."
Si son capaces de tener resistencia a esta definición, y de afirmar que por qué solo se considera violencia de género cuando la ejerce un hombre sobre una mujer y no cuando la ejerce una mujer hacia un hombre, yo me pregunto si su función docente en valores como la igualdad, equidad, solidaridad ¿no queda sesgada?
Afortunadamente estas situaciones son aisladas y el conjunto de la profesión docente está implicada no solo en estos valores sino también en la detección y prevención de este tipo de violencia y de actitudes que se pueden dar entre el alumnado y de una forma u otra buscan soluciones. Pero no podemos dejarlo a su voluntariedad. Hemos de darles herramientas para proteger a las víctimas y para aislar a los maltratadores mostrando que esas conductas son reprochables desde cualquier punto de vista.
Y sobre todo hemos de dotar a las mujeres jóvenes de herramientas de autoprotección para saber decir NO a determinadas conductas, porque las nuevas (aunque algunas son ya muy viejas) formas que toma el patriarcado para ejercer la violencia contra las mujeres puede destruir no solo su presente, sino también su futuro por las secuelas que estas situaciones acarrean.
Esperemos que los recursos para combatir estas violencias no tarden en llegar a las aulas y que nuestras mujeres jóvenes dejen de estar potencialmente expuestas a sufrir cualquier tipo de violencia machista en esa maravillosa y complicada etapa de la vida.
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
tmolla@telefonica.net
17/TMC/LGL
