homofobia

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OPINIÓN
DERECHOS HUMANOS
   Los imaginarios de la libertad
10 años de Sociedades de Convivencia
Imagen de Antonio Medina
Por: Antonio Medina Trejo*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 15/03/2017

La primera década de este siglo será recordada como la época en que la lucha de los colectivos homosexuales por su visibilización trascendió el clóset y se instaló en la ruta de los derechos civiles. La discusión, la exhibición de los prejuicios y de la homofobia asesina y los cambios legales que se han sucedido en cascada marcan un parteaguas simbólico. El imaginario en torno a la homosexualidad se ha transformado en todo el mundo occidental.
 
Esta ola civilizatoria ha tenido una participación mexicana notable. Con orgullo podemos decir que la Ciudad de México ha sido vanguardia latinoamericana en este movimiento de liberación que ha transformado mentalidades y ha logrado, por fin, una aceptación sin precedentes de la libertad personalísima de amar, sin distingos de sexo o de género. 
 
En esa lucha por un derecho humano básico, la ley de Sociedades de Convivencia aportó un pequeño gran paso. Los marginales estuvieron al centro, como diría Carlos Monsiváis, protagonizando la ardua batalla por ser iguales ante la ley. Sin la discusión pública que acompañó el proyecto a lo largo del primer lustro del siglo no serían imaginables los cauces de libertad —siempre imperfecta, siempre perfectible— de los que ahora gozamos en la Ciudad de México, que ha inspirado a otros estados del país a homologar leyes, códigos y políticas públicas que integran la perspectiva de diversidad sexual, como las de la capital del país.
 
El 16 de marzo de 2007, hace una década, se conjuraron los fantasmas del oscurantismo y la homofobia, y se selló con un beso entre personas del mismo sexo el inicio de una nueva era. Llegar a ese día no fue sencillo, hubo que vencer resistencias de curas y sacristanes, de derechas y también de izquierdas, entre conveniencias políticas y manipulaciones mediáticas.
 
El sexo fue política y, rubores aparte, se exhibió bajo la lupa y a plena luz del día, normalizándolo como nunca antes en nuestra maltrecha república. El camino no estuvo exento de derrotas, como los traspiés que tuvo que pasar la ley en 2001 y 2003, por el miedo legislativo a la condena de la Iglesia Católica y también por la franca oposición del entonces Jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador. Eran tiempos difíciles, según la encuesta de Parametría 76 por ciento de la población se oponía a la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo.
 
En un nuevo entorno político, la aprobación se logró, finalmente, en 2006, arropada por el PRD y respaldada por años de activismo ciudadano y de cabildeo de los desaparecidos partidos Democracia Social y Alternativa Socialdemócrata y Campesina. La ley de Sociedades de Convivencia fue un esfuerzo desde la izquierda, un triunfo colectivo y un símbolo de trabajo común alrededor de un principio básico. La marejada tras la promulgación de la ley jugó a favor de la percepción ciudadana: para 2009, en vísperas de la aprobación del matrimonio civil igualitario entre personas del mismo sexo, la oposición se había derrumbado a 55 por ciento, también de acuerdo con Parametría.
 
De ninguna manera se ha vencido al oscurantismo, agazapado detrás de la derecha e, incluso, de ciertos sectores de izquierda. El matrimonio entre personas del mismo sexo es todavía un anhelo en más de veinte estados del país, ilegalidad condenada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación pero solapada por la Cámara de Diputados, cuya mayoría priista y panista ha optado por bloquear la propuesta presidencial que garantiza el matrimonio civil igualitario en toda la nación. Gracias a los años de lucha, esa cerrazón es cada vez más evidente, hipócrita y ridícula.
 
De ese 16 de marzo de hace diez años recuerdo, en medio de mi nerviosismo por el significativo evento que estaba protagonizando en la explanada de la delegación Iztapalapa, las palabras de Sabina Berman: “cinco días antes del inicio oficial de la primavera, ustedes dos se darán un beso. Y 30 siglos de intolerancia se desplomarán a sus pies.” Y Jorge y yo nos besamos.
 
*Activista, académico, periodista independiente y actual secretario nacional de Diversidad Sexual del PRD. @antoniomedina41
 
17/AMT/GG 








MUJERES Y SALUD MENTAL
DERECHOS HUMANOS
   Mujeres y salud mental
“Yo… ¿respeto las diferencias…?
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Alejandra Buggs Lomelí*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 27/09/2016

Retomo mis participaciones en mi columna, abordando un tema preocupante, difícil y por tanto, importante de atender.
 
Decidí nombrar a mi columna de este mes, con el mismo título que utilicé para la Conferencia Magistral que impartí el pasado 21 de septiembre en el Instituto Politécnico Nacional, en el marco de la Presentación de la Cartilla para Víctimas de discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género de la CEAV.
 
Estoy preocupada y siento temor ante los recientes acontecimientos en la Ciudad de México, manifestados en un excesivo grado de intolerancia, falta de respeto y un aguerrido intento por violentar y despojar de los Derechos Humanos, de la Comunidad LGBTTTI, que través de los años han y hemos luchado por la igualdad de derechos.
 
Si bien es verdad que en México se han logrado avances hacia el respeto e  igualdad, y la misma Constitución protege los derechos por orientación sexual, identidad o expresión de género y existen diferentes instituciones que tienen como fin erradicar la discriminación, la realidad es que los insultos, la violación a las garantías en perjuicio de la Comunidad LGBTTTI y los crímenes de odio, siguen siendo una expresión cotidiana y cada vez más exacerbada, resultado del impacto cultural machista y patriarcal enraizado en nuestra sociedad, resistiéndose a cambiar y peor aún, resistiéndose a respetar las diferencias, resistiéndose a respetar a la otra persona.
 
Cuando algo me preocupa, intento convertir esa preocupación en ocupación, y una de las maneras en la que intento ocuparme es por ejemplo: impartiendo una ponencia a una Comunidad Politécnica mayoritariamente de jóvenes o escribir una columna como esta, para sembrar mi “granito de arena” que intenta hacer reflexionar a quien escuche o lea lo que comparto, sobre la importancia de saber o aprender a respetar a aquellas personas diferentes a nosotras o nosotros.
 
En estos momentos en los que la intolerancia y el odio se están manifestando y creciendo por parte de un sector conservador de nuestro país hacia la Comunidad LGBTTTIQ, es cuando se hace más necesario promover el respeto hacia las diferencias.
 
Las alarmantes cifras en lo que a crímenes de odio contra las personas LGBTTTIQ nos muestran, es que: en los últimos 19 años se han contabilizado mil 218 asesinatos por crímenes de odio, de los cuales según el Dr. Flores Medel de la Facultad de Derecho, 976 son asesinatos contra homosexuales, 226 asesinatos de la comunidad transgénero, transexual y travesti y 16 asesinatos han sido perpetuados contra lesbianas. **
 
Una de las razones por la que los asesinatos contra lesbianas están subreportados o subestimados es la inherente invisibilización hacia las mujeres, y otra más, es porque los medios de comunicación no los identifican como asesinatos lesbofóbicos, sino como feminicidio, lo que corre el riesgo de que se diluya la verdadera razón del asesinato, de ahí la importancia de que en la Cartilla de la CEAV, integren la categoría “feminicidio lesbofóbico” como un intento de visibilizar las causas reales de estos asesinatos.
 
Las cifras reportadas, colocan triste y preocupantemente a México en el segundo lugar mundial por crímenes de odio, estos asesinatos son generados porque no se respetan las diferencias y en una falsa idea de sentirse superiores, se creen con derecho a lastimar, discriminar y matar, por no ser, no pensar, ni actuar como ellas o ellos.
 
Llamemos a este “miedo” a las diferencias, por su verdadero nombre, se llama odio, que sumado a la falta de reconocimiento a la otra persona, afecta su integridad, dignidad y por tanto, el ejercicio de sus derechos.
 
Discriminar es odiar y excluir, y esta exclusión por: raza, credo, discapacidad, nacionalidad, aspecto, por género, etc. afecta la autoestima de quien recibe la discriminación, así como su seguridad y sensación de desprotección.
 
Humillar, lastimar, torturar y asesinar a millones de personas durante el siglo XX, llevó a que tras estos terribles hechos, en un afán de esperanza, el 10 de diciembre de 1948 se firmara la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como un ideal común para vivir en un mundo mejor.
 
Ahora estamos peligrosamente regresando a esas terribles masacres humanas, que afectan la posibilidad de flexibilizar nuestras posturas en aras de lograr un verdadero respeto y más que tolerancia un reconocimiento a nuestras diferencias.
 
Para mí la tolerancia, “es una actitud resultado de un proceso paulatino de  apertura, respeto y comprensión hacia las diferencias de la otra persona, sin juzgarla, criticarla, lastimarla, discriminarla o excluirla.
 
Excluimos cuando: le impedimos el acceso a una persona por su apariencia (porque tiene tatuajes, perforaciones), excluimos cuando en la escuela a un niño le gusta vestir de rosa y jugar los juegos que están equivocadamente ubicados como solo de niñas, excluimos cuando la niña quiere jugar futbol, excluimos a una persona con discapacidad, excluimos negando la atención adecuada a una persona con VIH o SIDA, o privando a las mujeres de un trato y sueldo equitativo en el trabajo, marginando a las personas por su orientación sexual o identidad de género, o cuando construimos una casa u oficina sin pensar en la accesibilidad para personas con alguna discapacidad.
 
Excluimos cuando criticamos a alguien por su forma de hablar, o nos burlamos por su manera de vestir, o porque es menor o mayor que nosotras.
 
Por todas las formas que adopta la discriminación, es que es necesario crear documentos como las cartillas, que tienen como objetivo la socialización de información importante que la población desconoce, para contar con orientación que le permita saber qué hacer cuando sufra alguna violación a sus derechos, además de evitar hasta un crimen de odio.
 
El día en que las personas, no tengamos que hacer uso de una cartilla, de una guía o de una infografía, el día en que no tengamos necesidad de denunciar ningún abuso, ningún acto de discriminación, ese día, será cuando el respeto hacia quienes somos y hacia quienes son las demás personas, impere, valorando y aceptando las diferencias.
 
Está comprobado que reconocer y respetar las diferencias, nos hace ser personas con una vida más grata, más plena, más diversa, con un cuerpo y mente saludable y en armonía.
 
Nos convierte en seres humanos confiables, agradables y buenas compañías, así como obtener recursos emocionales para reconocer, aceptar y tolerar los cambios en nuestras propias vidas.
 
No olvidemos que somos más similares de lo que somos diferentes, trabajemos por contar con recursos para abrir y flexibilizar nuestra forma de pensar y sentir, para convertirnos en seres humanos que no solo respetamos sino celebramos la diversidad.
 
 
**Datos publicados en la Revista Proceso del 11 de mayo de 2015 con base en reportes periodísticos de todo el país.
 
*Directora del Centro de Salud Mental y Género, psicóloga clínica, psicoterapeuta humanista existencial, y especialista en Estudios de Género.
 
16/ABL/LGL








OPINIÓN
DERECHOS HUMANOS
   Lydia Cacho Plan b*
La guerra santa contra la diversidad
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Lydia Cacho
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 12/09/2016

Durante veinte años he investigado, estudiado y documentado casos de violencia intrafamiliar, de abuso sexual contra niñas y niños (menores de 18 años) de pederastia y pornografía infantil.
 
Las cifras no mienten, 96 por ciento de los casos de abuso infantil es cometido por personas heterosexuales: madres, padres, tíos, abuelos, hermanos, profesores, sacerdotes, obispos, vicarios, políticos, pastores. No hay un sólo dato científico que demuestre que los hombres homosexuales y las mujeres lesbianas sean abusadores; nadie ha podido demostrar que las personas que aman a otras de su mismo sexo vayan por allí promoviendo un cambio de preferencias sexuales.
 
Los mitos se basan en la fobia y el deseo de desacreditar moralmente a los otros por pensar y sentir de forma diferente a la tradicional cristiana. Contrario a lo que sucede con el mundo gay (que no pretende imponer su forma de vida a nadie, sino simplemente ser reconocidas como personas dignas), una corriente ultraconservadora ha salido a las calles a intentar someter a toda la población a su propia ideología: la guerra santa contra la diversidad.  
 
Cito la encíclica del Papa Benedicto XV “La experiencia ha mostrado muy bien que cuando se desvanece la religión, la autoridad humana se tambalea…Cuando los gobernantes del pueblo desdeñan la autoridad de Dios, la gente deprecia, a su vez, la autoridad de los hombres. Queda, es cierto, el recurso habitual de la supresión de la rebelión por la fuerza ¿pero con qué sentido? La fuerza somete a los cuerpos de hombres, pero no sus almas”.
 
Todo parece indicar que frente a los cambios sociales que amplían las libertades y reivindican los derechos con mayor pluralidad, cientos de miles de personas religiosas quieren, como lo propuso el Papa, someter el alma y la vida sentimental de toda la población a las creencias bíblicas.  Cuando Ernesto Campos, vocero del frente Nacional de la Familia dijo a la prensa de Sinaloa “Que ellos le llamen como ellos quieran, pero no familia, porque la familia para mi es un hombre, una mujer y sus hijos, porque es lo establecido en la Biblia y en la política también está establecido”.  Insultar y descalificar a quienes han salido a las calles a defender sus principios religiosos es una verdadera pérdida de tiempo y otra forma de intolerancia. Más interesante es comprender que hay millones de personas en México que aprovechan estos momentos históricos, como la legislación sobre la diversidad familiar y los matrimonios igualitarios civiles, para manifestar su resistencia y su miedo a perder la certeza que les da su visión del mundo sobre la heterosexualidad patriarcal.
 
Detrás de este movimiento subyacen muchos miedos, fobias y resistencias, las entrevistas con manifestantes pro-vida en todo el país tienen una constante: la misoginia patriarcal tradicional, el hombre, macho, masculino, proveedor como eje y líder de la familia, la mujer como fiel madre-esposa, educadora al servicio de los otros. Subyace un miedo ancestral frente al reconocimiento de que millones de personas han decidido no etiquetar su vida amorosa-familiar de forma convencional, son honestas consigo mismas y con sus parejas y familias; están cambiando el mapa original de las formas amorosas humanas y despiertan resistencias sociales que van desde la descalificación hasta la virulencia mortal.
 
Para muchos esta diferencia ideológica parece insalvable en términos de opinión personal, de allí que sea el Estado el verdadero responsable de establecer la protección de los Derechos Humanos y la diversidad. Este colectivo puede, ingenuamente, apropiarse de la palabra familia como sinónimo de heterosexualidad patriarcal, lo que no puede, aunque lo intente, es imponer su ideología religiosa a 122.3 millones de habitantes. A diferencia de este movimiento conservador, quienes nos pronunciamos por la diversidad familiar y la igualdad de derechos comprendemos que hay familias heterosexuales (la mía lo ha sido siempre) y que eso está bien, pero no todas deben serlo por decreto de terceros.
 
Si algo entendió Benito Juárez fue que la Iglesia había sido responsable durante siglos de facilitar legitimidad al Estado y mantener a la ciudadanía acotada a partir de la teología y una serie de rituales que propiciaban la subordinación, la docilidad y la lealtad para el Estado paternalista; por eso el Estado laico es la piedra angular de nuestra democracia que implica someternos a la ley y no a la obediencia mitológica selectiva.
 
Los colectivos Pro-Vida y otros conservadores tienen pleno derecho a jugar sus reglas dentro de su familia, a lo que no tienen derecho es a imponer sus creencias y mitos religiosos a la mayoría a partir de su miedo e ignorancia sobre la vida de las y los otros. Hay detrás de este movimiento un impulso autoritario, una obsesión por someter a los otros a los designios teológicos que ellos han asumido como verdaderos; para ellos la diversidad humana es el enemigo a vencer, por eso es una guerra perdida. 
 
* Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
 
16/LCR/LGL








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