María de la Luz Díaz Hernández
DERECHOS HUMANOS
Parteras, lideresas y campesinas creen que otro mundo es posible
Activistas, respuesta social ante incumplimientos del Estado

Las mujeres de las comunidades campesinas e indígenas, a quienes el sistema económico, político y social ubica en el último escalón, por su condición de género y pobreza, no se conforman, nunca se han conformado, con un presente así, ni con que sea ese el futuro para sus hijas e hijos. Por eso convierten esta sociedad doliente, sociedad de carencias, en una de resistencia y trabajo.
Es el caso de Margarita Amalia Cruz, a quien no le gusta que la vean como víctima y evita llamar “ataques” a los obstáculos que encuentra cuando defiende los derechos de las jornaleras de San Quintín; prefiere describir cómo viven 12 horas bajo el sol por un pago de 120 pesos diarios.
Desde los 8 años de edad hasta los 37 ella fue jornalera en aquel valle de Baja California, donde ahora dirige Mujeres en Defensa de la Mujer (Naxihi na xinxe na xih), que participó en el movimiento de jornaleros agrícolas iniciado en 2015.
Desde los años 80, cuando Margarita llegó de la zona mixteca de Oaxaca a San Quintín, la situación ha cambiado poco. Hoy, como entonces, trabajan ahí migrantes, mixtecos, zapotecas, triquis y nahuas de Oaxaca, Guerrero y Veracruz.
En 1985 Margarita y los otros 30 niños que trabajaban para la compañía ABC soñaban “con un futuro mejor”, pero terminaban viendo como normales los maltratos, el bajo salario, la fumigación con agroquímicos.
Hoy las cosas cambiaron, se modernizaron, hay invernaderos… “pero para proteger el cultivo, no a las personas”, ironiza, porque las trabajadoras, de una temperatura muy alta, salen súbitamente al frío de la tarde y enferman, mientras otras pasan horas en cuclillas, en la fresa, la coliflor y el brócoli, lo que les provoca intensos dolores musculares.
De esa realidad surgió en 1997 un grupo de mujeres artesanas y en 2004 exigieron afiliación al Seguro Social. Ahora, Mujeres en Defensa de la Mujer trabaja por los derechos laborales y el rescate de la medicina tradicional, a través de la Casa de la Mujer Indígena, enfocada a la prevención de la violencia de género y promoción de la salud sexual y reproductiva. Tiene además un programa en la radio indigenista XEQUIN, la Voz del Valle.
Y busca vincularse con organizaciones que defienden la tierra y el territorio, porque “cuando una empresa internacional entra a nuestros territorios no solo llega a explotar las manos jornaleras, también a explotar la tierra, a destruir la naturaleza; luego se van y dejan tierras infértiles”.
LA PARTERÍA, ALIVIO A LA INJUSTICIA
Ayudar a una mujer a parir es un oficio que fascina, “es querer ayudar, decir basta de tanta injusticia hacia las mujeres”, dice María de la Luz Díaz Hernández, indígena y partera tradicional de la ranchería San Rafael, en Comitán, Chiapas, entidad con mayor número de parteras en el país.
Es una de las casi 3 mil parteras en el estado, que trabajan sobre todo en comunidades rurales e indígenas y atienden 9 por ciento de los casi 90 mil partos al año (Sinais, 2014). Hace un mes, Luz fundó, con otras cuatro parteras, Camati, “Mujeres construyendo desde abajo”.
Desde los 17 años de edad, Luz camina montañas hasta donde la necesita una mujer embarazada, pese a las secuelas que le dejó la poliomielitis. Supo que sería partera porque soñó, durante un mes, que una mujer le pedía ayuda para parir, un oficio que era también el de su abuelo.
La labor de Luz es indispensable en un estado donde hay apenas 2 mil 240 camas de hospital (Dirección General de Información en Salud, 2014), lo que explica por qué en 2014 hubo 68.1 muertes de mujeres por cada 100 mil nacidos vivos (Observatorio de Mortalidad Materna).
Camati también consigue fondos para llevar a un hospital a las mujeres que lo requieren, da talleres de sexualidad a adolescentes y tiene una casa donde trabajan con herbolaria.
POR LA MADRE TIERRA
Rosenda Maldonado Godínez, coordinadora de la Red Nacional de Mujeres Indígenas Tejiendo Derechos por la Madre Tierra y Territorio (Renamitt), dice que las indígenas trabajan la tierra, viven de ella, pero sin derechos ni reconocimiento.
Nació en la sierra norte de Veracruz y promueve con Renamitt el derecho de las mujeres a la tenencia de la tierra, que “no es propiedad porque para las indígenas la tierra no es propiedad de nadie, decimos que nosotras somos de la tierra”, explica.
Renamitt se fundó en 2013 con integrantes de Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Guerrero, Jalisco y Chihuahua, pero desde 2008 representa jurídicamente a mujeres y capacita sobre uso y aprovechamiento de los bienes comunes.
La también presidenta de Agrupación de Derechos Humanos Xochitépetl dice que muchas mujeres solas, debido a la migración, van a las asambleas porque están a cargo de parcelas y solares, pero no tienen poder de decisión. Un caso frecuente, ya que de los 12.3 millones de mujeres en el medio rural, sólo 5 por ciento tienen derechos reconocidos sobre sus tierras, según Inegi.
Por eso, Renamitt busca que sean reconocidas como ejidatarias, además de que podrían ser comisarias de bienes ejidales o comunales y participar en las decisiones, ahora que la Ley Agraria garantiza la equidad en esos organismos.
Renamitt trabaja también sobre el impacto de empresas y megaproyectos, como mineras e hidroeléctricas, en tierras ejidales, que ignoran la opinión de los pueblos indígenas.
“MUJERES MILENARIAS”, AL RESCATE DEL MAGUEY
En 2014, recién egresada de Ingeniería Forestal, en el Instituto Tecnológico de Los Valles de Oaxaca, Bibiana Bautista Gaytán, mixteca de 30 años, involucró a las mujeres de Santa María Apazco en el rescate de la producción del pulque y en el aprovechamiento de productos del maguey, como gusanos, pencas y azúcar para personas con diabetes.
Fundaron “Mujeres Milenarias”, en donde trabajan 30 mujeres y 10 hombres, entre ellas adultas mayores que quedaron solas por la migración y madres que mantienen a sus hijos.
Aprovechan la Feria Regional y la fiesta de la Concepción para vender sus productos. Además, “Las pulqueras”, como se hacen llamar, recolectan y separan basura, apoyan la participación política y derechos de las mujeres, y su meta es una microempresa para aprovechar todas las cualidades de la planta.
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SALUD
Una de las casi 3 mil parteras de Chiapas
Ser partera fascina, es un “basta a la injusticia”: María de la Luz

Usar las manos para ayudar a una mujer a parir es un oficio que fascina, “es querer ayudar, decir basta de tanta injusticia hacia las mujeres”, dice sonriente María de la Luz Díaz Hernández, indígena y partera tradicional de la ranchería San Rafael, en Comitán, Chiapas, la entidad con mayor número de parteras en el país, de acuerdo con cifras de Sistema Nacional de Información en Salud (Sinais)
María de la Luz es una de las casi 3 mil parteras en la entidad, que trabajan sobre todo en comunidades rurales e indígenas y que atienden 9 por ciento de los casi 90 mil partos que se presentan en tierra chiapaneca al año (Sinais, 2014).
Desde que tenía 17 años de edad, Luz se dijo dispuesta a caminar las montañas para llegar a donde una mujer embarazada la necesitara y lo haría con gusto, aunque le costara trabajo por las secuelas que le dejó en una pierna la poliomielitis que padeció de recién nacida.
Dice en entrevista con Cimacnoticias que comenzó a ser partera tradicional durante la adolescencia: “Estaba chiquita, me dormía en la noche y soñaban a la mujer con su pancita y llorando y me decía `ayúdame´. Yo le decía que no, que estaba muy chiquita, que no podía, y ella me decía que le ayudara”.
“Un mes estuve soñando lo mismo: que le tenía que ayudar. Le conté el sueño a mis abuelas, a mi mamá. Me dijeron que yo traigo la herencia de ser partera como era mi abuelo. Yo les decía ¿cómo, si no tengo taller?”, recuerda Luz.
En un principio, no necesitó capacitación alguna, porque “en mis sueños me dijeron como va a venir el bebé, dónde está la placenta, cómo cortar el cordón umbilical cuando salga, cómo sobarlo, que plantas utilizar cuando salga, que plantas voy a utiliza para que se cure el parto, cuando tenga amenaza de aborto”.
La labor de Luz se vuelve indispensable en un estado de mayoría indígena, de pobreza, de falta de acceso a servicios de salud y donde ocurrieron 68.1 muertes de mujeres por cada 100 mil nacidos vivos en 2014, de acuerdo con el Observatorio de Mortalidad Materna.
En la entidad, entre todas las instituciones públicas, las camas de hospital apenas llegan a 2 mil 240, según datos de la Dirección General de Información en Salud (DGIS, 2014).
Y aunque la Razón de Mortalidad Materna (RMM) va a la baja en Chiapas, sigue siendo una de las entidades con más muertes de mujeres prevenibles. En 2002 morían 77 mujeres por cada 100 mil nacidos vivos; en 2005 pasó a 68.9 y en 2010 a 60.20.
Los datos obtenidos de la DGIS de la Secretaría de Salud, también señalan que entre las causas están la hipertensión, hemorragias obstétricas y complicaciones durante el embarazo, parto y puerperio.
UNA TRADICIÓN
Como es tradición en las comunidades indígenas, Luz reconoció en su sueño una señal de sabiduría y lo tomó como un mensaje. “Pasó eso y como a los tres meses mi cuñada se embarazó y me dijo: si ya lo soñaste, vas a hacer partera y vas a atender mi parto”.
Desde entonces Luz usa sus manos para revisar a las mujeres embarazadas, toca, siente el volumen del vientre, lo recorre con las palmas y reconoce cómo se desarrolla la gestación.
En su casa tiene libretas donde lleva el control de cada caso que atiende porque, dice, no sólo se trata de llegar a la hora de que alguna mujer va a parir sino de dar seguimiento al embarazo, a los dolores del estómago y a los malestares vaginales para detectar a tiempo alguna complicación.
Al pasar de los años, ha tomado capacitaciones y talleres para tener más conocimiento del cuerpo femenino, de las infecciones de transmisión sexual, de los síntomas de un embarazo de alto riesgo y de cómo atender o qué hacer ante una urgencia obstétrica.

CAMATI
Luz combina sus tareas de partera y madre de dos hijos con el trabajo en la organización, Camati, agrupación que fundó hace aproximadamente un mes junto con otras tres parteras. “Significa mujeres construyendo desde abajo”, explica.
Las cuatro parteras se conocieron en un taller y se juntaron para hablar de un proyecto de apoyo a las mujeres indígenas de Chiapas. En un principio ella dudó y pensó que era una locura, qué podían hacer si “ellas son raras, yo soy rara”, señala mientras ríe a carcajadas cuando lo recuerda.
“Me gusta estar en una organización que ayuda a servir, que no se quiera servir”, dice. Así nació Camati, organización que tiene como objetivo apoyar la salud de las mujeres embarazadas, conseguir fondos para su hospedaje, alimentación y materiales de curación cuando así se requiere.
En ocasiones se trata de partos complicados que requieren ser atendidos en un hospital. “Vamos a trabajar con ellas y apoyar en lo que necesiten, para que den un mejor servicio a las mujeres, porque no llega médico y si hay médico y a las cinco horas no hay nadie se va a su pueblo, ya no regresa”.
También dan talleres de sexualidad a adolescentes y tienen una casa donde se dedican a trabajar con plantas. “No soy charlatana, yo soy promotora, partera tradicional y promotora comunitaria. No te voy a decir que te voy a ramear, que soy espiritista”, aclara.
En esta casa, que llama “clínica de plantas naturales”, atiende a todo tipo de gente, niñas, niños y adultos, que llegan de pueblos aledaños o de otros municipios como Tuxtla Gutiérrez o San Cristóbal de las Casas, y a quienes les hace su “diagnóstico bio-energético”.
Para los tratamientos, cada noche de luna llena, Luz sale a recoger sus plantas, lo hace muy temprano porque sus hierbas, como cordoncillo, sábila o cáscara de encino, tienen que estar frescas. Aunque no requiere de un laboratorio, sus preparaciones si deben tener exactitud: 200 gramos de planta, 800 mililitros de alcohol y 200 de agua.
“Es cierto, hay mucha gente que piensa que una pastilla o una inyección es lo mejor, cuando en realidad de las plantas se hicieron los antibióticos”, afirma. Y confía tanto en las plantas como confía en su capacidad de ayudar a una mujer a dar a la luz. Quizás en su nombre traía el destino: “es algo que te envuelve, que te gusta, es algo que se trae”.
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