sistema patriarcal
FEMINISMO
OPINIÓN
Quinto Poder
La volubilidad y la histeria, su reivindicación

Dos personas pueden mantenerse
sanas, brindarse apoyo, convicción,
amor, masajes, esperanza, sexo.
El camino lento, Marge Piercy
Una mujer puede ser absolutamente racional para la ciencia y los estudios teóricos, y al mismo tiempo ser calificada como voluble, histérica o emocional, porque para arribar a la escena pública, intelectual o de los intercambios sociales afectivos, se espera que asuma un rol asignado desde la impostura emocional como aprendizaje patriarcal, y es cuando se vuelve necesaria la reivindicación feminista de la volubilidad y la “histeria”.
No sólo la noción del "amor romántico" se ha patriarcalizado, también la idea misma de las relaciones humanas regidas bajo la premisa del control y el poder, el subyugamiento y su forma de concebir las emociones.
Vivimos y somos parte de una sociedad en la que hemos sido educadas y educados en un sistema social en el que se apuesta al "ocultamiento" o a la simulación, escondernos detrás de una máscara antes que mostrarnos realmente. Cuanto más encondamos y mejor, más probabilidades tenemos de tener éxito, el control de las emociones hasta domesticarlas, someterlas y por supuesto adormecerlas.
Nos han enseñado que los "sentimientos" no se deben mostrar, que es volubilidad "inestable" y que la "histeria" es cosa de las mujeres. Como una auténtica camisa de fuerza, armadura exterior de la identidad genérica, el sistema patriarcal nos hizo también una máscara interior para aprender a negarnos nuestras emociones y ocultarlas bajo las "cómodas" y lúcidas emocionalidades aceptables.
De tal forma que no hay lugar a la confrontación ni a la reflexión porque ello supone que estás saliéndote de ese deber ser lucido. Sobrevaloramos la lucidez y el autocontrol como parte de lo aceptable en un sistema social en el que solo somos funcionales si respondemos a esos parámetros porque, ante todo ser funcional, útil, servir al sistema productivo, es lo que debe ser; y si el "amor" se ha convertido en una vía para hacerte productivo, se construye la noción de un amor que te haga productivo, no improductivo para este sistema social en el que todo se privilegia a razón de tu utilidad-funcionalidad, al mismo sistema.
Por eso la poesía, el arte, el pensamiento filosófico, la reflexión crítica de lo dado, se convierten en meros accesorios que se salen del parámetro de producción de un bien.
No tener hijos te hace salirte de ese sistema porque dejas de producir "consumidores", pero en un giro de tuercas no reproducirte te hace parte de un sistema "válvula" en el que te sumas a los "cuidadores" del planeta, etc. Y la voluntad de nuevo vuelve a disolverse porque es lo último que necesita el sistema. Que te escuches a ti mismo, que pienses y escuches llanamente tus propios deseos y pensamientos, es lo que no interesa.
Entonces el amor se construye dentro de este sistema social como una práctica sobre la que no hay que reflexionar ni deconstruir, ni analizar, porque solo es "la válvula de escape" que el mismo sistema social te permite para que sigas siendo productivo, pero el amor debe y será bajo los parámetros que dicta el sistema mismo y sus propias reglas.
Impostando emociones que te han dicho que sientas, que vivas, que experimentes, en una suerte no solo de alteración genética sino de la psique amoroso-afectiva para ser lo que es aceptable en este sistema patriarcal.
En medio de esta realidad, cabe preguntarnos ¿podemos desde el feminismo plantearnos una forma de convivencia sin el ocultamiento de las emociones? ¿Cabe la posibilidad de que aprendamos a vivir sin la máscara impuesta al patriarcado bajo la cual se oculta no solo nuestra emocionalidad, sentimientos y otras formas de vivir las relaciones humanas, sino la esencia misma de lo que somos y aprender a re-conocernos?
¿Podemos aceptar que eso que ha sido llamado “volubilidad”, no es sino una expresión de lo humano? ¿que la idea de la “histeria” tan condenada y feminizada, es solo eso, un concepto rechazado por su estigmatización?
Podríamos aproximarnos a sabernos mujeres, personas, conociendo y reconociendo nuestros sentires como sentimientos que han sido cercenados por convencionalismos de un sistema social heteronormado-patriarcalizado en el que, la debilidad no es ponderable, en el que la volubilidad es desde una construcción dicotómica, lo indeseable frente a la estabilidad exigible para ser funcional.
¿Pero qué es lo humano? ¿qué está dentro de lo aceptable y aceptable para quién? ¿Y si volvemos al tiempo de la no institucionalización de la salud mental y aprendemos a mirar el rompecabezas con todas sus partes infinitas como posibles expresiones de todo lo humana que somos...? ¿y si empezamos por despatriarcalizar la noción del ser y la persona?
Quizá así podamos entender por qué la frustración de la no expresividad deriva en la violencia entre personas, entre parejas que eligen golpearse como una forma de aproximarse y romper la detestable soledad radical. Castrados emocionalmente, condenadas y condenados a silenciar las emociones en aras del ser socialmente aceptado.
¿Es el amor un producto del sistema patriarcal-capitalista, o es la forma de entender el amor lo que se ha convertido en un producto más, con etiqueta y características definidas, peso, caducidad y formas de expresión?
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
18/AC/LGL
FEMINISMO
OPINIÓN
Lenguantes
Y luego del Encuentro de Mujeres que Luchan ¡¿Cómo le hacemos?!

Luego de dos semanas, sigo sin poder digerir todo lo que experimenté en el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, convocado por las mujeres zapatistas en diciembre del año pasado, allí empezó el viaje que nunca más terminará.
La convocatoria y todo el encuentro fue un testimonio de la experiencia de las zapatistas en la construcción de autonomía y comunidad. En cada detalle se podían leer los principios zapatistas manifestándose en sus formas de crear otras alternativas de mundo: obedecer y no mandar, convencer y no vencer, proponer y no imponer, construir y no destruir, representar y no suplantar, bajar y no subir, servir y no servirse .
Para la historia quedarán todos los hermosos registros audiovisuales y los escritos que muchas ya han hecho, todos vibrantes y llenos de amor. Por mi parte, he terminado por decidirme a tratar de hablar de lo potente y sanador del encuentro, pues es en mayor medida, de lo que mi cabeza puede entender y mis palabras contar. Así que solo vengo a compartir las preguntas que me han rondado estos días y que me han llevado a cuestionarme mis formas de activar y luchar. Considero que será necesario que empecemos a colectivizar para reflexionar y seguir el encuentro.
Desde la convocatoria las compañeras zapatistas fueron claras al proponer que, “el encuentro es para juntarnos como mujeres que luchan y se rebelan contra el sistema capitalista y patriarcal”. En todo el encuentro se estuvo reflexionando esta apuesta y en las palabras finales se observó así: “Como ya lo vimos y escuchamos, que no todas están contra el sistema capitalista patriarcal, pues respetamos eso y entonces proponemos que lo estudiemos y discutamos en nuestros colectivos, si es cierto que el sistema que nos imponen es el responsable de nuestros dolores.”
Que la lucha contra el patriarcado es también contra el capitalismo, parece tema superado, cuantimás si nos nombramos feministas, vamos morras ¿a poco no lo tenemos bien claro? Pues me ha dado insomnio pensando en que no. Que “patriarcado” y “capitalismo” han salido tanto de nuestras bocas, que damos por hecho que todas estamos en contra de estos sistemas, pero, parece que nos ha pasado como con las palabras “empoderamiento”, o como con “juventudes”, apuestas políticas que ahora aparecen en todo comunicado oenegero, así como en cualquier política pública que quiera aparentar ser progresista, o en todo conmovedor discurso en Naciones Unidas, pero que cada vez están más vacías de contenido político. ¿Si me explico?
Entonces me acuesto pensando, ¿cuántas de nuestras acciones en contra del patriarcado son realmente anticapitalistas? ¿cuántas de nuestras formas activistas realmente están atentando contra el sistema patriarcal? En nuestros mundos, que no son ni tantito cercanos al contexto de las comunidades zapatistas, y en nuestros tiempos ¿cómo podemos construir modos de lucha que al mismo tiempo atenten y erosionen realmente estos sistemas de opresión? Sin caer en propuestas “radicales” que se quedan a nivel individual, porque colectivizarlas nada más no podemos, ¿cómo construimos autogestión? ¿cómo podemos apostar en conjunto por la autonomía? ¿cómo la aterrizamos y la volvemos práctica para no quedarnos encerradas en el discurso?
El capitalismo y el patriarcado son sistemas de muerte, por eso “acordamos vivir, y como para nosotras vivir es luchar, pues acordamos luchar cada quien según su modo, su lugar y su tiempo”. Pero, esto en términos políticos ¿qué implica? Es una apuesta muy potente que, tal como la aprendimos en el encuentro, tenemos que enfrentar conjuntamente. ¿Cómo le hacemos para que, con nuestra diversidad, podamos construir estrategias que nos permitan el accionar político en conjunto?
El encuentro fue una enorme muestra de que es posible juntarnos como mujeres y como feministas diversas, para construir la sororidad y la colectividad, para compartir y regalarnos el baile, los juegos, la poesía y el fuego de la digna rabia. Las zapatistas nos volvieron a dejar claro que la competencia por ver quién es la mejor (ponga aquí el adjetivo que quiera), sólo sirve al sistema capitalista y patriarcal, pues lejos de estos sistemas de opresión, nadie gana. ¿Podemos en nuestros mundos, nuestros tiempos y con nuestras formas, continuar con esta apuesta por la articulación desde la diversidad?
Algo me queda claro, la lucha zapatista y la lucha feminista no volverán a ser las mismas después de este suceso. Pienso, aunque con temor a equivocarme, que en México ningún otro movimiento había logrado juntar a más de 7 mil mujeres y feministas en un mismo lugar para llegar a un acuerdo así de grande, así de profundo y político. Considero que el zapatismo pudo ver la fuerza que ha retomado estos últimos años el movimiento feminista y que las generaciones más jóvenes que quizá no estábamos tan cercanas al EZLN, recobraremos con esto un nuevo aliento de lucha.
Esto ya no puede parar, este fuego sólo crece. Los años que vienen nos dejarán ver la potencia de estos movimientos haciendo posible, poco a poco, un mundo donde caben muchos mundos.
*Dirce Navarrete Pérez es politóloga feminista @agateofobia_
18/DNP/LGL
VIOLENCIA
OPINIÓN
Quinto Poder
Amar en tiempos de guerra

Es despertar y romper
El bozal y las cadenas
Es conjugar y sentir
El verbo amar sin fronteras
Amparo Ochoa, Para amar en tiempos de guerra
A mí nadie me dijo que debía tenerles miedo a los hombres, lo aprendí cuando a los 12 años un sujeto me tocó mi incipiente pecho y sentí tanto asco que llegué a lavarme al baño de la escuela. El lunes pasado, una mujer y una niña fueron asesinadas por hombres cercanos a ellas, en los que confiaban y de los que en algún momento sintieron afecto y no tenían medo.
La realidad es que en México la mayoría de los casos de feminicidio son cometidos por un hombre con el que la mujer tuvo alguna relación y se suponía, no debían tener miedo. Como Selene, que fue asesinada por su pareja en la tienda en la que trabajaba, y quien en un acto manipulador se disparó a sí mismo en forma indecisa –no se disparó en la sien-. No fue un desconocido el que la atacó sino alguien en el que confiaba, se suponía que no debía tenerle miedo.
Lo cierto es que el miedo está latente para las mujeres, y muy probablemente también se esconde una forma de miedo en los hombres aunque en otra dimensión, en las relaciones afectivas entre mujeres y hombres, incluso entre mujeres, siempre hay un temor a mostrarse, a darse, a “abrirse”, a dejar ver los sentimientos pues eso implica la vulnerabilidad y la volubilidad de las emociones.
Las mujeres vivimos con el miedo a los hombres desconocidos, fundado -como en mi caso- por hechos traumáticos y violentos que tienen que ver con la irrupción de nuestro espacio vital, con la violencia sexual sobre nuestros cuerpos. Crecí con las recomendaciones de mi abuela de estar siempre alerta a que nadie tocara mi cuerpo y defenderme como fuera, (llegué a perseguir a botellazos y con una sombrilla a un sujeto que intentó tocarme años después).
Cuando sentí miedo por primera vez al sujeto aquel que me tocó en la calle, también pensé que no tenía cuerpo de mujer, que iba con uniforme y que no había provocado nada, desarrollé más habilidades para afrontar el miedo a esos desconocidos y cuidarme de ellos. Pero poco supe de cómo cuidarme de los hombres a los que llegaría a amar y a quienes mostraría mi vulnerabilidad afectiva, un tema del que hemos hablado poco las feministas en este juego de exteriorizar sin interiorizar los temas más complejos.
Incluso para las feministas, transitamos en el aprendizaje de nuevas formas de relacionarnos con los hombres, aprender a construir nuevas relaciones que no sean posesivas, ni dañinas, alejadas de todo eso que la noción del “amor romántico” nos deformó, y vamos al aprendizaje de nuevas formas, pero sobre todo de la búsqueda imposible de hombres que no sean machistas. Y digo imposible porque estamos conscientes de que al vivir en un sistema social patriarcal todos y –todas- estamos imbricados en el sistema mismo y tenemos interiorizadas sus formas.
Sin embargo, feministas como somos, muchas mujeres construimos relaciones cotidianas con hombres, familiares, amigos, compañeros de trabajo y en relaciones de pareja en las que tenemos oportunidad de reflexionar acerca de las implicaciones del amor como una práctica “política” del ejercicio de nuestro feminismo. Es decir, en el que tenemos oportunidad de dar la batalla al patriarcado.
Hemos reconocido que “hay una guerra”, en la que las muertas caen del lado de las mujeres, que son asesinadas por sus parejas que no aceptaron o no entendieron la autonomía, la libertad, la vida, las decisiones, y mil pseudo razones por las que a diario se comete la violencia de género.
En medio de esa guerra de un sistema social que utiliza la violencia de género, específicamente la feminicida como herramienta de control para garantizar la opresión de las mujeres, las feministas también reflexionamos sobre la posibilidad de construir otras formas de amar en estos tiempos de guerra, en tender puentes de solidaridad y compañerismo. Mejor no lo puede expresar Coral Herrera cuando dice: “En un mundo en el que la gente está presa del miedo y el odio, amarse es una forma de resistencia frente a la barbarie”.
Amarnos en tiempos de soledades radicales es una forma de resistencia al sistema opresor, amar es transgredir, amar es romper el control del sistema patriarcal, pero amar de otra forma libre de los miedos del sistema que nos quiere constreñidas y oprimidas bajo sus propios códigos.
No podemos, o no debemos vivir con miedo, no más un mundo –aunque sé que aún es utópico- en el que las mujeres y los hombres nos relacionemos desde el miedo, el miedo a descubrir que nos hemos enamorado de personajes inventados por la incapacidad de mostrarnos como somos realmente.
Miedo a mostrar nuestras volubilidades o sentimientos porque este sistema patriarcal nos dice que no, que lleva a la impostura porque quien se abre, cede, quien se enamora pierde y se subyuga, vencer la idea de que el amor es una forma de subyugamiento y que enamorarse tiene que ser la pérdida de algo... el paraíso que nunca fue nuestro, no al menos viviendo en un mundo en el que el amor se sigue construyendo como una batalla a la que hay que ir con armaduras y temer al otro.
Hombres y mujeres tenemos por delante aprender a vencer el miedo y a construir relaciones en las que no sea un recurso de autocuidado, y aprendamos a quitarnos la última máscara impuesta por el patriarcado en la sexualidad, la del miedo a la entrega y la confianza.
Cierro con la frase de la canción de Amparo Ochoa, otra, tras iniciar también con una de ella misma: “Como aire que entra por la ranura, los dos jugaron con su ternura, le dio la vuelta a la cerradura, durmió de pronto todos sus males”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche
18/AC/LGL
VIOLENCIA
Lenguantes
El género de Jenaro

El día de ayer, domingo 17 de septiembre, miles de mujeres acudimos a una manifestación nacional, convocadas por el dolor de saber que, una vez más, México feminicida le arrebató la vida a una mujer de manera espantosa.
Ella es Mara, el nombre que tocó profundamente nuestras heridas abiertas, las llagas que no cicatrizan nunca, el dolor de sabernos en un país donde diariamente hombres de todas las edades, etnias y clases sociales asesinan, violan, esclavizan y desaparecen a niñas y mujeres. Y concuerdo con el escozor de quien se escandalice y exclame “¡no todos los hombres!” porque es terrible aceptarlo, pero es verdad: a pesar de que el mundo insista en que no todos los hombres son iguales, nosotras aprendemos de la forma más violenta, todos los días, que sí: todas las mujeres hemos sido agredidas por hombres.
Dicho esto, pregunto a usted, lectora consciente y empática: ¿no cree que sea normal que muchas mujeres deseemos compartir nuestros espacios sólo con otras mujeres, al menos los espacios políticos, de activismo, autocuidado o recreación? ¿le parece una medida extrema o violenta el querer evitar sorpresas, acosos, incomodidades, violaciones o feminicidios? ¿le parece una medida fascista decidir con quién queremos estar? Usted y yo sabemos que no, que estamos hablando de nuestro derecho a decir que no.
Las marchas feministas en México se convocan por una red organizada de mujeres que trabajamos todos los días con y para otras mujeres. Mujeres que, a pesar de nuestros debates y diferencias, estamos dispuestas a hacer una pausa en nuestra vida si sabemos que otra necesita nuestro apoyo.
Desde hace muchas marchas hemos hecho un consenso acerca de los contingentes que encabezan nuestras manifestaciones: separatistas y libres de potenciales agresores. Quien quiera marchar con hombres, puede hacerlo en los contingentes mixtos que van en la parte de atrás. Los periodistas varones pueden documentar desde fuera del contingente separatista y en los contingentes mixtos. Sencillo y clarísimo para cualquiera que se quiera enterar de la organización.
Lo que sucede con las marchas feministas, como pasó el #24A de 2016 y el día de ayer, es muy claro: las marchas feministas convocan lo más profundo del odio y los miedos misóginos porque nadie quiere ver a un grupo de mujeres que se defienden y se auto-enuncian. La sociedad mexicana, feminicida por excelencia, no soporta saber que el cuerpo de las mujeres y su devenir colectivo como cuerpo político del feminismo: una marcha de mujeres, decide por sí misma.
Es decir: la exigencia de que aceptemos marchar con hombres en toda la marcha (al frente, a los lados, atrás) no se refiere a que incluyamos o no hombres, sino a que no decidamos por nosotras mismas. Y esto, sinceramente, nosotras ya lo sabemos pero de ninguna manera nos vamos a retractar: después de tanto trabajo que se ha visto sometido al escarnio una y otra vez por una sociedad que se asusta más por los feminismos separatistas que por el feminicidio, es lógico que tengamos claro que nuestras medidas de seguridad son necesarias.
Si hasta este punto de la lectura usted se siente enojada, permítame hacer un parangón: exigirle a otra compañera que marche con quien no quiere es como decirle a una niña que sonría y dé las gracias cada vez que el señor de la tienda le dice que está muy bonita. Si no sonríes, si no agradeces y no te muestras amable, eres una maleducada. Qué importa si el comentario del señor, su acoso sexual, es inapropiado, qué importa si te incomoda, qué importa si no le preguntaste qué opinaba sobre ti. Tienes que agradecer y ser linda para que cuando crezcas, no corras al hombre que se autoproclama tu aliado pero no ha hecho lo mínimo por enterarse de qué va tu petición.
Los aliados van atrás, era claro. Si Jenaro Villamil fuese nuestro aliado, ¿no debería comenzar por enterarse de cuáles son nuestras medidas de seguridad en la marcha? Sí, quizás en su escala de valores –patriarcal- somos unas maleducadas que no le sonreímos al hostigamiento de un varón, pero tenemos claro que el género de Jenaro le impide darse cuenta de esto, de la misma manera que a todas las personas que lo defienden de este “puñado de feministas radicales” que sin embargo, son quienes convocaron la marcha, quienes acompañan todos los días a otras mujeres, quienes trabajan en crear una vida mejor para las mujeres que vienen.
¿A qué me refiero, entonces, con el género de Jenaro? Es claro que no sólo los hombres pueden ser machistas, y ha sido muy claro en este debate, que hay mujeres dispuestas a atacar a otras mujeres para defender a hombres como él de una simple petición de seguridad (los aliados van atrás). Pues bien, me refiero a lo que he dicho desde el principio de este texto: un hombre es siempre un potencial agresor en las marchas de mujeres, aún cuando tenga la mejor intención de ser un aliado.
En el caso de Jenaro, su presencia en el contingente separatista devino agresión por no respetar, en primer lugar, los acuerdos de la marcha: los aliados van atrás (lo escribo tantas veces como sea necesario para dejar claro que ninguna marcha pretende excluir hombres sino respetar la decisión de las mujeres de marchar libres de agresiones). El hecho de presentarse en una manifestación organizada por quienes enuncian su lugar en el mundo y querer hacer lo que se te dé la gana desde un privilegio, es una agresión.
Aquí me imagino a una mujer blanca queriendo tomar el micrófono de forma violenta en una manifestación zapatista ¿se imagina usted, estimada lectora, la reacción de la sociedad? Imaginemos ahora un militar, como mencionaba en sus redes sociales la politóloga Beatriz Quesadas, tomando el protagónico en la marcha por los 43 de Ayotzinapa para decir que “no todos los militares son iguales”, “no todos los militares desaparecen estudiantes”.
Ahora imagíneme a mí peleando con los veteranos del 2 de octubre diciéndoles que me agarren del brazo para la valla humana. Que tengo derecho a estar ahí porque no se me da la gana marchar atrás como toda la gente. ¿Qué dirían los tweets? ¿Alguien les diría fascistas por no aceptar que alguien que no comparte el lugar de enunciación quiera protagonizar una marcha, nada más para decir que es una buena aliada? Yo lo dudo.
El papel de los hombres que quieren forzosamente estar en los contingentes separatistas es violento porque además de generar tensión y una sensación de acoso dentro de nuestros espacios, también incendian a toda la misoginia mexicana para decir que las feministas somos las culpables de que México no avance, de que haya feminicidios, de que las cosas no mejoren. Vaya, una creería que los culpables son los feminicidas, pero según las tendencias en redes sociales, no. Según su forma –patriarcal- de ver la vida, somos las feministas las que tenemos la culpa.
Ahora bien, si usted no entendió todo lo que en este y otros textos se expone, vamos a ponerlo más fácil. Cada vez que quiera meterse a la cama de una compañera, cada vez que desee tocar a una mujer, cada vez que sienta la necesidad de dar una opinión que no fue solicitada, cada vez que quiera exigirle a otra mujer que haga algo que ella no quiere con un hombre, ya sea marchar, hablar o sonreír, por favor, recuerde: NO es NO.
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes
17/CHJ/LGL
FEMINISMO
LENGUANTES
Primero la autodefensa, luego la denuncia

El martes pasado confronté a un acosador en el metro de la Ciudad de México. Documenté el proceso mediante videos y pedí ayuda en Facebook. Mis redes de apoyo, conformadas por mujeres con las que he tenido la fortuna de coincidir y trabajar, se hicieron presentes de muchas maneras; acompañándome, alimentándome y protegiéndome en esos momentos.
Denunciar en un país feminicida es generalmente una batalla perdida. Sabes que vas perdiendo desde que la gente te revictimiza o te ataca por defenderte. “Pinche vieja loca”, me gritaron después de que me defendí del agresor que me decía “ni que fueras un culo de vieja, te voy a faltar al respeto… no, no voy a aprender a respetar a las mujeres en la calle”. El patriarcado (o sea las personas) no esperan que puedas defenderte.
Por otra parte, al denunciar te enfrentas a un demonio de mil cabezas. Por ejemplo, yo tuve que quedarme en ropa interior, a pesar de que el agresor sólo me golpeó en la mano.
Tener que quitarme la ropa, escuchar que me agredían, ver que el acosador se mofaba y se mostraba prepotente. Todo me hizo pensar en Jessica Patricia González Tovar, la mujer que fue víctima de un crimen de odio por lesbofobia en Monclova, en su esposa Fátima, a quien torturaron para que se declarara culpable, en Yakiri Rubio y Norma Patricia Esparza que se defendieron de los hombres que las violaron y terminaron encarceladas y en las miles de mujeres buscando justicia para sus hijas, esperando encontrarlas vivas y batallando contra un sistema que no sólo omite que nos maten a diario, sino que participa de nuestro feminicidio.
Todo me caía encima como una loza, se me clavaba en el omóplato derecho. Me sentí incluso culpable por no estar confrontando lo que confrontaron ellas. Pensé que exageraba, casi me arrepentí de defenderme. Pensé también en las mujeres que enfrentan miles de golpizas, violaciones y tortura sexual ¿cómo será para ellas denunciar? ¿habrá quien las acompañe?
Como respondí la primera agresión física, el patriarcado adentro de mí me estaba convenciendo de que no era suficiente la agresión como para denunciarlo. Algo dentro de mí quería que lo dejaran irse, pero su actitud de culparme, de responsabilizarme de su agresión me recordó que no estaba ahí sólo por mí, sino por todas. Hoy me miras lascivamente y me tomas una foto, mañana tocas a una niña y no, no estoy pidiendo permiso para vivir libre. Si no quieres entenderlo vas a pagar las consecuencias.
El video que transmití en vivo se hizo viral y muchas personas me escribieron para brindarme su apoyo. Sobre todo la red maravillosa de mujeres que se han organizado desde el #24A. Ganamos la batalla. Al agresor le dieron una sanción de 24 horas preso y yo detuve su golpe y lo respondí. Llegué hasta donde pude porque sabía que no estaba sola. Hoy quiero decirte que tú tampoco estás sola.
Hay muchas mujeres dispuestas a ayudarte, también hay institutos que tienen la obligación de hacerlo. Por favor, pide ayuda. Debes tener claro qué necesitas específicamente, y para eso debes ejercitar tu sentido de la justicia, de la practicidad. Todas merecemos vivir libres, no hay que ganárselo, no es un derecho que puedas perder. Es tu vida y tienes motivos para vivirla en paz.
Siempre lleva batería en tu teléfono. Si vas a solicitar ayuda en redes etiqueta a mucha gente, si lo haces por teléfono llama a alguien que pueda comunicarlo a otras personas. Ten claridad de dónde te encuentras y qué necesitas. Si estás confrontando una agresión busca cómo escapar de ella, si ya hay quien resguarde tu seguridad busca quién te acompañe en la denuncia.
Siempre es primero la autodefensa: camina, corre, entrénate. Busca actividades que desarrollen tu agilidad y tu fuerza. Escapa. Es falso que los hombres tienen más fuerza que tú y que por eso no debes responder a sus agresiones. No te pongas en riesgo, pero no agaches la mirada. Mantente firme y mira a los ojos directamente a quien te parezca peligroso. Voltea siempre para ver que nadie te siga. Corre si la tripa te advierte que debes hacerlo. Busca sitios seguros. Ayuda a las demás.
Para denunciar hay que sobrevivir. Confía en tus instintos, en tu fuerza y en tus hermanas.
¡Nunca más una agresión sin respuesta!
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.
16/CHJ/LGL
VIOLENCIA
QUINTO PODER
El matrimonio infantil, violencia global

Dos de las más grandes dificultades para lograr la eliminación del matrimonio infantil son: la resistencia de quienes lo ven como una limitación al ejercicio de los derechos sexuales de las adolescentes, y por otro, la respuesta institucional y social que evade su responsabilidad e intervención con el argumento de una “contradicción entre el derecho a los “usos y costumbres”, lo que imposibilita la eliminación absoluta en la ley y en la práctica, de los matrimonios de niñas en comunidades indígenas.
Esta postura pasiva institucional ha servido como justificación en entidades como Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Yucatán, Campeche, Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo, donde los grupos de mujeres reconocen el problema de fondo; pero el escenario se repite a lo largo y ancho del territorio nacional.
El argumento es que el rito del matrimonio incluye la entrega de una “dote” y que es parte de los “usos y costumbres” de los pueblos originarios y que esto impide que se erradique la práctica, pues forma parte de los rituales de boda… recibir un recurso económico que varía según la capacidad económica del “desposante” a quien es entregada la niña por la familia.
Y sí, así también son “enganchadas” algunas jóvenes para la trata. Y sí, también así son entregadas sin ningún miramiento a sus agresores. Y sí, también así fueron entregadas sus madres y sus abuelas.
Y sí, así también se entregaba a las señoritas de las sociedades con poder adquisitivo en otros países, en otros tiempos, y aún hoy en algunas regiones en las que prevalecen estas prácticas que atentan contra los derechos de las niñas.
¿Una coincidencia de “uso y costumbre? Por supuesto que no, no es un uso y costumbre pues no constituye ningún elemento de la identidad, y sí es una práctica patriarcal que ha permitido y alentado la apropiación del cuerpo de las mujeres, la cosificación de las mujeres convirtiéndolas en extensión del territorio y la propiedad familiar, moneda de cambio y uso del sistema capitalista-patriarcal.
Algunos de los argumentos de la autoridad para permitir que esta práctica continúe en los municipios y comunidades rurales o poblaciones indígenas, es que “sería ir contra el artículo segundo constitucional que reconoce el derecho de los pueblos a:
I. Decidir sus formas internas de convivencia y organización social, económica, política y cultural.
II. Aplicar sus propios sistemas normativos en la regulación y solución de sus conflictos internos, sujetándose a los principios generales de esta Constitución, respetando las garantías individuales, los Derechos Humanos y, de manera relevante, la dignidad e integridad de las mujeres. La ley establecerá los casos y procedimientos de validación por los jueces o tribunales correspondientes.
Hay “autoridades” que reconocen que la unión de una niña con un adulto, se tutela bajo el derecho del que la familia de la “novia”, recibe un bien, o simplemente termina la manutención de la menor de edad. Y no sólo lo justifican, la comunidad lo interioriza y lo apropia, porque institucionalmente nada se hace desde la educación formal para cambiarlo y señalar que no forma parte de la identidad de los pueblos mexicanos, sino del sistema patriarcal que rige a todas las sociedades.
Además, México tiene el compromiso y la responsabilidad de hacer cumplir la Convención para la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), que establece la obligación de los Estados parte, de eliminar todas las leyes y usos y costumbres que afecten la dignidad y los derechos de las mujeres y las niñas.
Aún así el tema no es prioridad en ninguna agenda, sólo empieza a ser una campaña impulsada por las organizaciones defensoras de los derechos de las niñas, como el Observatorio de Violencia Social y de Género de Campeche, el grupo de organizaciones en Chiapas, el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres en Chihuahua, activistas que lo han denunciado en espacios alternativos, y medios feministas que lo difunden, pero el Estado sigue sin asumir un compromiso determinante.
Y no es coincidencia. Es el sistema de tráfico y control de los cuerpos de las niñas y las mujeres desde temprana edad, un sistema que rige y justifica su uso, control, sometimiento, explotación, dominio y por supuesto propiedad, para ser desechada a voluntad cuando ya no sea útil o cuando intente escapar a ese control.
El matrimonio infantil lo que entraña es ese sistema que oprime a las mujeres y como tal encontrará siempre resistencias y “argumentos, por irrisorios que parezcan”, en cualquier parte del mundo.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
@argentinamex
16/AC/LGL
