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FEMINISMO
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El origen de (mi) caos (feminista)
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Por Dirce Navarrete Pérez*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 09/02/2018

A mis 17 años tuve mi primer acercamiento al feminismo, cuando entré a trabajar en un espacio autónomo que se iba construyendo como el punto de encuentro de diversas luchas sociales en la Ciudad de México. Yo entendía muy poco de todo lo que allí se discutía pero me causaba mucho interés ver a tantas personas que se reunían para organizar sus formas de resistir a un contexto político que, de manera cada vez más voraz, parecía querer eliminar a quienes buscaban un mundo más justo.

En ese lugar, con mi tía Eva (una luchadora sindical a la que admiro profundamente) y con Raquel (solo diré de ella que es todo lo que representa la palabra “Pachakuti”), fue que escuché y viví por primera vez el feminismo. Antes de eso me había sentido incómoda en varias ocasiones con muchas de las cosas que, por el hecho de ser mujer, me pasaban, pero hasta entonces empezaba a entender de dónde venía esa sensación de malestar y el sentimiento de no pertenecer.

Empecé a sentirme cada vez más incómoda con la forma en la que era tratada por ser mujer, cada vez más molesta, en el taxi, en la escuela, en mi familia y con mis amigos. Con el tiempo, cuando me sentí más segura de hablar de este malestar y cuando empecé a reclamar el lugar que yo quería desde mi identidad, me volví molesta para muchas personas a mi alrededor, empecé a incomodar. También empecé a cuestionar cada vez más mi relación con otras mujeres, empecé a crear redes con otras y a sentir una profunda complicidad que me permitía sobrellevar la incomodidad de ser mujer en un sistema patriarcal.

Creo que pocas veces podemos dimensionar el impacto que nuestra presencia como feministas puede tener en nuestros espacios más cercanos, sobre todo con las mujeres a nuestro alrededor. Tanto queremos ver los cambios a nivel macro que dejamos de notar cómo nuestro andar junto con el de otras se transforma y eso es tan especial, tan importante y profundamente político. No sé si Eva y Raquel lo notaron, pero convivir con ellas desde lo más cotidiano como compartir el desayuno, verlas planear, hablar, gritar y llorar, me cambió la forma de vibrar. Nunca más volvió a ser igual mi estar en el mundo.

A ellas siempre quise contarles que representan un hito en mi vida, que nunca más volví a la aparente tranquilidad de quien prefiere cerrar los ojos a las injusticias; que nunca quiero dejar esta continua sensación de querer desordenarme y desordenar lo que hay a mi alrededor. Que gracias a ellas conozco la fuerza de los espacios y del amor entre mujeres y que esto ha sido lo más especial en mi vida.

Hasta ahora no logro encontrar la forma de agradecer por todo lo que soy a todas las mujeres que me orientaron y acompañaron en este proceso, que nunca termina, de la deconstrucción feminista. A Eva, a Raquel, a Teresa, a Perla, a Las Enredadas, a mi mamá a Tania, a Anaid… Y pienso ¿les importará a esas mujeres saber que, aunque a veces sientan que nunca va a cambiar este mundo, ellas impulsaron y siguen motivando grandes cambios en muchas mujeres?

¿Ustedes alguna vez le han dicho a su “iniciadora feminista” lo importante que fue para ustedes conocerla? ¿A quién le agradecerían por todo lo que el feminismo les movió? ¿Cómo fue? Si pudiéramos ir rastreando esos nodos, quizá nos daríamos cuenta de la red tan grande e interconectada de la que somos parte y quizá no necesitaríamos nunca más preguntarnos si todo esto vale la pena, porque sabríamos que ha valido toda la rabia y la alegría de construir amistades y amores políticos, libres y feministas.

*Dirce Navarrete Pérez es politóloga feminista @agateofobia_

18/DNP








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Lenguantes, Resistencia y feminismo
Cortesía Las Punto Género.
Por: Las Punto Género*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 09/12/2016

El fin de año se acerca y es un buen pre-texto para hacer un balance sobre lo que ha ocurrido durante 2016. Ha sido, por diversas razones, un año devastador. Para las mujeres la desigualdad sigue manifestándose en nuestras vidas (virtuales y no), en todos los espacios sigue avanzando la misoginia y el maltrato en razón de ella.
 
Este año hemos estado al tanto de distintos asesinatos de mujeres, muchas de ellas activistas, feministas y defensoras de Derechos Humanos; otras de ellas guerreras en resistencias desde el momento en el que eligieron vivir como deseaban su vida. Con cada una de las víctimas de la misoginia, la transfobia, la lesbofobia y la desigualdad en general se ha ido un cachito de nosotras, una parte la tenemos rota porque, como lo hemos dicho las feministas en este y otros espacios, una más es una menos y nos hacen falta tantas:  Bertha, Alessa, Itzel, Paola, Mariana, Leslie…
 
Hemos encontrado medios para la catarsis, para varias exclamaciones que pretenden dar paso a las voces de las que se fueron y de las que nos arrebataron. La red, como en otras ocasiones, nos ha permitido viralizar sus muertes y nombrar sus asesinatos, se han promovido peticiones, fotografías, videos, consignas y demás herramientas que además de unirse a las múltiples manifestaciones que exigen justicia, nos han servido para sanarnos un poquito el corazón. Hemos intentado acompañar las causas por las que luchaban ellas, nos hemos negado a permanecer quietas, sin embargo, las acciones parecen tener un límite porque además de que no logran hacer a un lado el dolor, siguen sumándose a los varios intentos por recorrer el camino hacia la memoria, hacia la verdad y hacia la justicia.
 
Nombrar el dolor, la tristeza y la impotencia que se vive cuando leemos esto puede guiar la mirada rumbo a un sentimiento de melancolía, incluso a una percepción de derrota. Sin embargo, aclaramos que no es así, para nosotras nombrarlo es parte de hacerle frente y vencerlo, porque claro, esto se suma al miedo con el que salimos todos los días a la calle y con el que debemos combatir, porque deviene de realidades como la que describimos.

Para las puntas este año ha sido complejo, a nivel personal hemos intentado resolver dilemas -personales y colectivos- y por supuesto que la realidad muchas veces nos rebasa.
 
La columna #Lenguantes nos ha hecho permanecer activas y vinculadas, nos llena de esperanza saber que la indignación no sólo la vivimos nosotras, nos ha permitido estar en contacto con otras voces este año tan ingrato para las mujeres del país y en general de Latinoamérica y el Caribe. Agradecemos sabernos tejiendo con otras.
 
El tiempo generalmente nos rebasa y hemos intentado alcanzarlo y aunque el debate podría desencadenar reflexiones más profundas y acciones más concretas, la alegría se manifiesta en el corazón cuando sabemos que si tocan a una, nos tocan a todas. Que aún con las diferencias que manifestamos entre nosotras, vivimos el feminismo de diferentes maneras, hemos sostenido un espacio de diálogo, de encuentro, y de reflexión que nos han sostenido.
 
Aunque quisiéramos que así fuera, no creemos que la realidad del próximo año diste mucho de lo que ahora nos impacta, y en caso de que lo haga, tampoco creemos que sea para que la vida de las mujeres se nombre desde otros lados, desde la dignidad, por ejemplo. Sin embargo, sí creemos en la posibilidad de multiplicar nuestra voz, porque desde un #24A hasta ahora, nos hemos ido encontrando con más, también nombrado nuestras distancias y diferencias.
 
Asumimos el compromiso de organizar nuestra vida para seguir produciendo, pues el camino hasta acá ha sido largo, complejo y sí: lo nombramos como un ejercicio de resistencia feminista personal y colectivo.
 
*Las Punto Género son comunicadoras feministas.
 
Twitter: @laspuntogenero
 
16/LPG/AMS/LGL








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El mito de la feminista perfecta
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Ethel Z. Rueda Hernández*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 04/11/2016

Es común que las vertientes críticas construyan sus propios modelos ejemplares. El feminismo no está exento de dicha tendencia. Pesa sobre estas figuras modélicas un constante escrutinio, una exigencia de perfección, de estar “a la altura” de la imagen heroica con que se las inviste.
 
Para las feministas, por ejemplo, se quiere que sean absolutamente críticas, que se posicionen de manera visible ante todo asunto que suscite el interés público. Y, desde luego, se demanda que dicha postura sea la correcta (cualquier cosa que eso signifique) en cada caso y que sea ejercida con “coherencia”, esto es, que haya una suerte de correspondencia entre el discurso crítico y las prácticas vitales.
 
Así, las figuras prominentes del feminismo están siempre en déficit con respecto a las exigencias que se les requieren. Algunas son demasiado blancas, o demasiado privilegiadas, otras son demasiado radicales, o demasiado ingenuas, muy clavadas o muy light. Pero, ¿a qué responde esta exigencia? ¿Por qué el modelo de feminista ideal no deja margen de error, de experimentación, de ligereza?
 
No quiero que se me malinterprete, yo estoy de lado de la crítica sin reservas, no se trata aquí de abogar por una suspensión de la crítica. Lo que busco es, al contrario, volcar la crítica sobre el mecanismo que sustenta esa exigencia de perfección que parece pesar sobre nosotras.
 
Me parece que esa búsqueda de modelos ideales intachables es una reacción a la carencia de representación dentro de los discursos dominantes. ¿Cuál es el problema con equivocarse, con sostener posturas que no son unívocas, ni claras, ni estables? Esta suerte de feminismo que exige vivirse como apostolado, como camino de perfección y pureza, me parece contraproducente.
 
Más que contribuir a la crítica y al debate (que están al centro de la transformación que implica todo feminismo) se convierte en una suerte de fandom sectario, en una serie de prohibiciones y exclusiones que tienen un efecto directo en las posibilidades de alianzas y vínculos entre nosotras. Considero que necesitamos reclamar el derecho a estar equivocadas, esto es, el derecho a no ser perfectas, a cambiar de opinión, a sostener posturas diferentes, a cuestionar mayorías y modas.         
 
Otro de los efectos de este feminismo beatífico es el lugar solitario que ocupan quienes se erigen como las representantes más visibles de ciertas prácticas feministas. Aquí existe un modo de operar del discurso público que sugiere que cada vez que habla una feminista, la imagen del feminismo entero está en juego, como si no existiera en la opinión pública la capacidad de reconocer que el feminismo no es uno, ni único, que las mujeres no son todas iguales, ni piensan igual, ni tendrían por qué hacerlo. Que una no habla por todas.
 
Habría que reconocer la posibilidad de una voz individual, que cada una tenga una postura, una visión de mundo, y que esas particularidades sean reconocidas y celebradas, no tildadas de divisorias, poco estratégicas, modos de sabotaje. La diferencia, el disenso, no debería debilitarnos, sino fortalecernos. ¿Por qué el disenso en tan difícil para el feminismo? Porque se vive bajo una política de precariedad, donde lo que se gana es tan poco, que se teme todo el tiempo perderlo, que se teme la generosidad, que se teme ser suplantadas o rebasadas por discursos aliados, pero diferentes al propio.
 
Es esa lógica de la carencia, esa sensación de precariedad, la que habría que combatir. Dejemos de recibir limosnas (de atención, de visibilidad, de potencia política, de relevancia), dejemos de pedir las sobras. Que la voz de una no tenga la exigencia de ser la voz de todas, que se nos reconozca como lo que somos: particulares, múltiples, diversas. Y mientras tanto, demos la bienvenida a la crítica y al debate.
 
Lo que propongo es que mantengamos en mente que el feminismo, como acto, no es nunca perfecto, que queda siempre abierto, que la crítica no se detiene, que las prácticas son susceptibles de modificarse. Que la flexibilidad es más importante que la rigidez, que la inclusión fortalece más que el rechazo, que el camino se pierde si pretendemos anular la diferencia.
 
*Estudió Filosofía en la UNAM con interés en el pensamiento crítico y las problemáticas de género. @alzilei
 
16/EZRH/LGL








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Primero la autodefensa, luego la denuncia
Foto: cortesía Cynthia Híjar Juárez
Por: Cynthia Híjar Juárez*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 09/09/2016

El martes pasado confronté a un acosador en el metro de la Ciudad de México. Documenté el proceso mediante videos y pedí ayuda en Facebook. Mis redes de apoyo, conformadas por mujeres con las que he tenido la fortuna de coincidir y trabajar, se hicieron presentes de muchas maneras; acompañándome, alimentándome y protegiéndome en esos momentos.
 
Denunciar en un país feminicida es generalmente una batalla perdida. Sabes que vas perdiendo desde que la gente te revictimiza o te ataca por defenderte. “Pinche vieja loca”, me gritaron después de que me defendí del agresor que me decía “ni que fueras un culo de vieja, te voy a faltar al respeto… no, no voy a aprender a respetar a las mujeres en la calle”. El patriarcado (o sea las personas) no esperan que puedas defenderte.
 
Por otra parte, al denunciar te enfrentas a un demonio de mil cabezas. Por ejemplo, yo tuve que quedarme en ropa interior, a pesar de que el agresor sólo me golpeó en la mano.
 
Tener que quitarme la ropa, escuchar que me agredían, ver que el acosador se mofaba y se mostraba prepotente. Todo me hizo pensar en Jessica Patricia González Tovar, la mujer que fue víctima de un crimen de odio por lesbofobia en Monclova, en su esposa Fátima, a quien torturaron para que se declarara culpable, en Yakiri Rubio y Norma Patricia Esparza que se defendieron de los hombres que las violaron y terminaron encarceladas y en las miles de mujeres buscando justicia para sus hijas, esperando encontrarlas vivas y batallando contra un sistema que no sólo omite que nos maten a diario, sino que participa de nuestro feminicidio.
 
Todo me caía encima como una loza, se me clavaba en el omóplato derecho. Me sentí incluso culpable por no estar confrontando lo que confrontaron ellas. Pensé que exageraba, casi me arrepentí de defenderme. Pensé también en las mujeres que enfrentan miles de golpizas, violaciones y tortura sexual ¿cómo será para ellas denunciar? ¿habrá quien las acompañe?
 
Como respondí la primera agresión física, el patriarcado adentro de mí me estaba convenciendo de que no era suficiente la agresión como para denunciarlo. Algo dentro de mí quería que lo dejaran irse, pero su actitud de culparme, de responsabilizarme de su agresión me recordó que no estaba ahí sólo por mí, sino por todas. Hoy me miras lascivamente y me tomas una foto, mañana tocas a una niña y no, no estoy pidiendo permiso para vivir libre. Si no quieres entenderlo vas a pagar las consecuencias.
 
El video que transmití en vivo se hizo viral y muchas personas  me escribieron para brindarme su apoyo. Sobre todo la red maravillosa de mujeres que se han organizado desde el #24A. Ganamos la batalla. Al agresor le dieron una sanción de 24 horas preso y yo detuve su golpe y lo respondí.  Llegué hasta donde pude porque sabía que no estaba sola. Hoy quiero decirte que tú tampoco estás sola.
 
Hay muchas mujeres dispuestas a ayudarte, también hay institutos que tienen la obligación de hacerlo. Por favor, pide ayuda. Debes tener claro qué necesitas específicamente, y para eso debes ejercitar tu sentido de la justicia, de la practicidad. Todas merecemos vivir libres, no hay que ganárselo, no es un derecho que puedas perder. Es tu vida y tienes motivos para vivirla en paz.
 
Siempre lleva batería en tu teléfono. Si vas a solicitar ayuda en redes etiqueta a mucha gente, si lo haces por teléfono llama a alguien que pueda comunicarlo a otras personas. Ten claridad de dónde te encuentras y qué necesitas. Si estás confrontando una agresión busca cómo escapar de ella, si ya hay quien resguarde tu seguridad busca quién te acompañe en la denuncia.
 
Siempre es primero la autodefensa: camina, corre, entrénate. Busca actividades que desarrollen tu agilidad y tu fuerza. Escapa. Es falso que los hombres tienen más fuerza que tú y que por eso no debes responder a sus agresiones. No te pongas en riesgo, pero no agaches la mirada. Mantente firme y mira a los ojos directamente a quien te parezca peligroso. Voltea siempre para ver que nadie te siga. Corre si la tripa te advierte que debes hacerlo. Busca sitios seguros. Ayuda a las demás.
 
Para denunciar hay que sobrevivir. Confía en tus instintos, en tu fuerza y en tus hermanas.
¡Nunca más una agresión sin respuesta!
 
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.
 
16/CHJ/LGL








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La UNAM, HeForShe y la violencia de género
Enrique Graue, rector de la UNAM y Ana Güezmes García, Representante de ONU Mujeres en México | Especial
Por: Ethel Z. Rueda Hernández*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 02/09/2016

El pasado 29 de agosto, la UNAM hizo oficial, por medio de la firma de un acuerdo, su adherencia a la plataforma HeForShe (NosotrosporEllas en español), campaña promocional de ONU Mujeres por la igualdad de género.
 
Esta alianza, anunciada con bombo y platillo por medio de una campaña publicitaria, tanto en redes sociales como en diversos campus de la universidad, comprende, entre otras acciones, la publicación de un Protocolo para la atención de casos de violencia de género en la UNAM, la instalación de botones de pánico, y una amplia agenda de actividades culturales y de difusión en pro de la igualdad de género.
 
Este interés de la UNAM por incluir la perspectiva de género como una línea de trabajo general es tan positivo como urgente. En efecto, se trata de una institución que se ha distinguido por la mala atención y pobre respuesta a los casos de violencia de género denunciados en sus espacios.
 
Casos como el del violador Víctor Hugo Flores Soto, el agresor Mauricio García Becerril, denunciado por intentar grabar los genitales de una estudiante en los baños de la Facultad de Filosofía y Letras, las recientes acusaciones en contra de Sergio Bustamante y la recomendación que en 2013 la CNDH se vio obligada a emitir ante el deplorable seguimiento del incidente de una alumna menor de edad, acosada y agredida por un profesor de una de las preparatorias de la UNAM, recomendación que la UNAM rechazó, son evidencia de lo necesario que es para la Universidad tomar acciones más contundentes en materia de perspectiva de género.
 
Por otro lado, la manera en que se está proponiendo abordar este problema importa mucho y en esta ocasión me parece muy cuestionable. En primer lugar, de todas las opciones posibles, la UNAM elige adjuntarse a HeforShe, una campaña que ha sido, y con razón, ampliamente criticada.
 
Una de esas críticas es que está diseñada tomando en cuenta, sobre todo, las necesidades de un grupo específico de mujeres privilegiadas, y que por lo tanto no contempla las necesidades de mujeres que carecen de esos privilegios, dejándolas desprotegidas. Es decir, HeForShe es feminismo blanco, lo cual es muy problemático en el caso de la universidad cuyos estudiantes son en su mayoría personas de color.
 
Otra crítica, relacionada con la anterior, es la falta de reconocimiento a la diversidad de condiciones que pueden afectar a mujeres de diferentes grupos sociales y que sufren modos de opresión múltiples (o sea que no toma en cuenta la interseccionalidad de la discriminación de género).
 
También se ha señalado la vaguedad y falta de concreción con respecto a los modos específicos de combatir la disparidad de género que propone HeForShe. Dado que se trata de una campaña orientada a redes sociales, a declaraciones virales y plataformas en línea, parece que las medidas concretas, más allá de los eslóganes y los actos mediáticos, se le escapan.
 
Por último, la que quizá es la crítica más inmediata, es que HeForShe es una campaña orientada a hombres, que focaliza y les da relevancia a ellos. Aquí no se trata de negar que los estereotipos y roles de género tienen consecuencias negativas para los hombres, sino de reconocer que a pesar de esas consecuencias, el binario de género implica un modelo de opresión que afecta de manera desproporcionada a las mujeres y beneficia a los hombres.
 
La discriminación y la violencia de género no se ejercen de manera equiparable entre mujeres y hombres. No hay, por cada agravio a una mujer, un correlato equivalente para un hombre. No es una relación simétrica o balanceada.
 
Y sin embargo así se concibe en la campaña HeForShe, como lo muestra este video, donde se equipara, por ejemplo, el desempeño de la obligación parental de un hombre, con un gesto de cortesía (ceder el asiento en el transporte público) de una mujer. Las implicaciones posibles siendo que, o ella tiene la obligación de ceder el asiento, o él está teniendo un “gesto de amabilidad” al hacerse cargo de su descendencia.
 
Como si ambos gestos valieran lo mismo. Como si no hubiera una abrumadora cantidad de mujeres que diario se hacen cargo de sus hijos, sin ayuda alguna de sus cónyuges, y viajan en el transporte público sin que nadie sienta la obligación de cederles el asiento.
 
El segundo motivo por el que me parece preocupante el anuncio de alianza entre ONU Mujeres y la UNAM es la opacidad que la  propia universidad ha mostrado en ocasiones anteriores, con respecto a sus programas a favor de equidad de género y la forma en que la violencia al interior de sus instalaciones ha persistido, a pesar de la creación en 2010 de la Comisión Especial de Equidad de Género y de la publicación, en 2013, de los Lineamientos Generales para la Igualdad de Género en la UNAM.
 
Es a pesar de estos recursos que los casos de violencia y abuso que antes he mencionado han tenido lugar. Así pues, la efectividad de los programas impulsados por la Universidad está en cuestión antes incluso de la firma de este nuevo convenio.
 
El machismo en la UNAM está institucionalizado. No es obra de unos cuantos individuos trastornados o perversos. No son casos aislados, poco frecuentes. El machismo en la UNAM, y con él la violencia de género, es común y cotidiano, familiar. Afecta todos los niveles académicos, laborales, administrativos. Se expresa de maneras sutiles y normalizadas, en la revictimización de quienes se atreven a denunciar, en la complicidad y el silencio de autoridades, en la trivialización de actitudes como chistes misóginos o insinuaciones sexuales no solicitadas. No es una tarea fácil, ni rápida, el modificar algo tan arraigado que parece natural.
 
Ante este panorama, no puedo evitar el escepticismo que me provoca esta nueva iniciativa de la UNAM. De entrada me parece mal planteada. Me pregunto ¿Cómo se evitará la ineficacia de programas similares anteriores? ¿Cuáles serán las herramientas para medir el impacto de las nuevas medidas? ¿Se harán públicos los resultados? ¿Se permitirá que las medidas tomadas sean discutidas por la comunidad, en vez de dictaminadas por comisiones?
 
En suma, ¿podrá la UNAM probar que su interés por la equidad de género va más allá de las relaciones públicas, la corrección política o una atractiva campaña mediática? Está por verse.
 
*Estudió Filosofía en la UNAM con interés en el pensamiento crítico y las problemáticas de género. @alzilei
 
16/EZRH/GGQ








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Amo mi sangre menstrual
Ahora sé que esa sangre soy yo, que es la potencia de mi cuerpo, la prueba más vital de mí | Foto: Lulú V. Barrera
Por: Lulú V. Barrera*
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 05/08/2016

A Sandra, mi hermana
 
Odié mi menstruación hasta que empecé a usar la copa. Así de claro. Mi sangre me parecía un desecho asqueroso y siempre era un peso que llegara la regla. Toda mi vida asocié la menstruación a una historia llena de episodios traumáticos o de vergüenza.
 
Una vez en la primaria me bajó casi al terminar las clases, fui corriendo al baño e hice rollito un poco de papel, lo puse en mi calzón. Obvio no fue nada para el torrente que corría desde mi interior. Al salir mi tía pasó por mí y de camino a casa sólo sentía la sangre escurriendo entre mis piernas sin parar. Llevaba la falda del uniforme escolar. Nada podía hacer, gotas y gotas de sangre corrían entre mis muslos hasta llegar a las calcetas, sentí mucha pena, todo estaba fuera de control y aunque estoy segura que mi tía también lo vio, no me dijo nada.
 
Otro día fuimos de vacaciones, íbamos a nadar a un balneario con la familia y a mi prima y a mí nos bajó al mismo tiempo. Era un desastre porque eso significaba que no íbamos a poder nadar. Estábamos en secundaria y ya sabíamos que había algo llamado tampones pero no sabíamos cómo usarlo y nadie en nuestra familia nos podía orientar, había algún tabú raro en eso de meterte un palo de algodón en la vagina. Nosotras estábamos decididas a nadar y compramos unos, cada una leyendo el instructivo y escuchándonos de un baño a otro tratamos de ponerlo. Nunca lo sacamos del palito de plástico y salimos así, y nos dolía.
 
¿Qué hay de común en ambas historias?, el silencio. Nadie nos dijo nada y nosotras tampoco preguntamos. ¿Por qué?, porque hablar de menstruación entre mujeres ha estado envuelto en un halo de ocultamiento y vergüenza. Ir a comprar toallas lo era, como si fuera ilegal, te daban un paquetito que de inmediato escondías y volteabas a todos lados para asegurarte que nadie te viera.
 
En la India recién en mayo de este año hicieron un experimento: Una mujer con una bolsa transparente con toallas femeninas esperaba el bus en la parada, detrás había un hombre orinando en la vía pública. ¿Adivinen quién recibió más reclamos? Ella. ¿No me creen?, vean el video.
 
¿Por qué la sangre que viene de cualquier otra parte del cuerpo no nos da asco?, porque el asco de la sangre menstrual está asociado al estigma hacia nuestro sexo, a la idea de que el sexo y nuestro deseo sexual está maldito.
 
Me enteré de la copa en espacios feministas, la vendían en varios lugares y empecé a oír que mis amigas la usaban. Yo era muy irregular y poco me importaba que no me bajara, de hecho hasta me parecía mejor. Pero el año pasado empecé a ser regular y entonces cuando llegó el segundo ciclo, puntual como nunca, compré una y desde ese día todo cambió.
 
Primero, conocí mejor mi cuerpo. Tuve claro que las clases de biología, donde aprendimos anatomía de los órganos sexuales, me sirvieron para un carajo. Hasta hace un año no tenía claro que el orificio por donde hago pipí y por donde menstrúo y tengo relaciones sexuales son dos cosas distintas. Sí, siendo adulta, feminista y todo lo que quieran, así de básico.
 
Después, exploré nuevas formas de tocarme. Aunque amo masturbarme y lo he hecho desde hace mucho, colocarme la copa me hizo tocarme de manera distinta, con mayor consciencia y sin prisa, y apreciar la dimensión interna de mi vagina.
 
Tercera, me di cuenta de que no menstrúo ríos y de que en realidad, ya toda reunida, la sangre de un ciclo completo ni siquiera llena un frasquito de vidrio cada mes. Además, mi sangre fresca, recién recogida de mi interior, no apesta como la hacen oler las toallas femeninas. Es una experiencia limpia, orgánica y hermosa.
 
Mejor aún, descubrí la dimensión mágica de mi sangre, recolectarla desde entonces se ha vuelto uno de mis rituales más significativos.
Verla ahí, junta toda, móvil, con un peso propio y un rojo intenso que emana de mi interior, me ha hecho amarla profundamente.
 
Ahora sé que esa sangre soy yo, que es la potencia de mi cuerpo, la prueba más vital de mí. Mi sangre es mi corriente interna, un manantial continuo, una conexión con los astros y la prueba más fehaciente de mi cadencia interna.
 
Amo mi sangre menstrual. Después de toda una vida de desprecio ahora es mi pequeño tesoro, la cosecha de mi cuerpo, soy yo misma. Después, la devuelvo a la tierra y me alegra saber que sus nutrientes fortalecen mis plantas.
 
No dejen de escuchar “El nuevo orden menstrual”, un clip de radio de media hora hecho por Yamuna en “Voces de Mujeres”, les hará reír un montón y dará muchísima información súper útil.
 
*Lulú V. Barrera es letróloga de formación, antropóloga por historia de vida y activista por decisión. Cree que debe reescribirse la historia, volver lo familiar extraño y extraño lo familiar, y sueña con otros mundos posibles. Admiradora de mujeres guerreras, creó y conduce “Luchadoras” en Rompeviento TV.
 
16/LVB/AGM








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