Mujeres migrantes anhelan tan sólo una “vida nueva”
Migración
Al participar en Viacrucis, exigen respeto a sus DH
Mujeres migrantes anhelan tan sólo una “vida nueva”
A su llegada este fin de semana a esta capital, migrantes centroamericanas exigieron a las autoridades la eliminación del Plan Frontera Sur por atentar contra sus Derechos Humanos (DH).
Este sábado 18 de abril llegaron a la Ciudad de México 34 mujeres centroamericanas que emigraron a este país huyendo de la violencia, la delincuencia y la pobreza que impera en sus naciones de origen.
Las y los migrantes avanzaron hasta esta capital cobijadas por el Viacrucis Migrante 2015, resguardado por el sacerdote Alejandro Solalinde, director del refugio Hermanos en el Camino, en Ixtepec, Oaxaca.
El Plan Frontera Sur es un programa que anunció el Ejecutivo federal el 7 de julio de 2014 en el estado de Chiapas. Como parte de este plan, se inició un despliegue policiaco y militar supuestamente para “proteger y salvaguardar los DH de las personas migrantes que ingresan y transitan por México”, y “mantener la seguridad en vías ferroviarias”, según planteó Enrique Peña Nieto al anunciar la medida.
Sin embargo, en comparación con 2013, organizaciones civiles han documentado que durante 2014 se incrementó hasta 47 por ciento, entre mujeres y varones, el número de personas detenidas por las autoridades migratorias.
Además, de marzo de 2013 a diciembre de 2014 se observó que el 63 por ciento de las personas migrantes en México fueron víctimas de algún delito durante su tránsito, 25.1 por ciento de esta población son mujeres, y 20 por ciento tenía menos de 20 años de edad.
HUYEN DE LAS AGRESIONES
Mientras aguardaba –junto a las demás mujeres migrantes– su ingreso a la Basílica de Guadalupe (al norte de esta ciudad), Angélica, guatemalteca de 39 años de edad y madre de tres menores de edad, contó a Cimacnoticias que ella no habría abandonado su país natal si una banda de extorsionadores no la hubiera amenazando de muerte.
Si por ella fuera, seguiría acompañando a sus padres, ambos adultos mayores, y permitiría que sus dos hijos y su hija de 12 años concluyeran sus estudios en Guatemala.
Hace dos meses, cuando Angélica regresaba de trabajar como supervisora en un súper mercado, recibió un mensaje de extorsión de los mismos delincuentes que asesinaron a su esposo hace cinco años.
Se trata –dijo– de un grupo de “cholos” de la banda de los MS, con fama a nivel nacional. En el mensaje que recibió esa tarde se le exigían 10 mil quetzales (cerca de 20 mil pesos mexicanos) por la vida de su familia. El mismo día que Angélica acusó la extorsión ante el Ministerio Público (MP), los delincuentes le advirtieron que estaban al tanto de su denuncia.
La mujer apenas tuvo tiempo de avisar a sus tres hijos; les dijo que tomaran lo esencial de sus pertenencias, lo guardaran en una mochila pues tenían que huir.
La familia llegó hasta Tejún, comunidad fronteriza con México, donde pensaba asentarse hasta que supo que la banda de extorsionadores la había seguido hasta allá. Decidió “echarse al río” y seguir hasta México.
“Sé los peligros que podemos encontrar, pero tuve que tomar la decisión porque en mi país ya no podemos quedarnos. Es una cuestión de vida”, narró la migrante.
TAMBIÉN EN MÉXICO HAY VIOLENCIA
Durante las primeras horas en México, Angélica constató el excesivo control migratorio, la proliferación de redes delincuenciales, y los graves riesgos que enfrentan por cualquiera de las rutas migratorias.
Mientras se transportaba en una combi rumbo a Tapachula, Chiapas, la mujer escuchó al conductor comunicarse por radio y decir a su interlocutor: “Traigo cuatro pollos”.
Angélica entregó al chofer 500 pesos para que éste informara a su interlocutor que “los pollos se habían bajado”. Aún así las autoridades migratorias detuvieron el vehículo y revisaron las pertenencias de la familia. Al abrir las mochilas, Angélica constató que sus hijos habían guardado sólo cuadernos.
“Te dije que trajeras lo más útil, ¿eso de qué nos sirve?”, increpó la madre a su hijo menor luego de que la policía los dejara ir y el conductor los llevara hasta un albergue. “Es que a donde yo llegue voy a seguir estudiando”, le respondió su hijo.
Y es que su hijo mayor, de 17 años, quiere ser chef; la niña, veterinaria y el menor quiere abrir una “casa para ayudar a las personas”. “Esos son los sueños de mis hijos por los que yo vengo hasta México”, explicó la mujer.
En el estado de Tabasco, Angélica se acercó a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) –de la Secretaría de Gobernación– para solicitar una visa humanitaria. Aunque presentó pruebas de la extorsión y de la denuncia ante el MP de su país, México rechazó su solicitud y le pidió esperar tres meses para hacer una nueva revisión.
Luego se unió al Viacrucis Migrante y agradeció la oportunidad de llegar hasta la Ciudad de México, donde ahora espera regularizar sus documentos y encontrar un trabajo.
Blanca, hondureña de 52 años, también viaja junto con su nieta de tres años en este Viacrucis. Como Angélica, ella huye de la violencia y las amenazas de muerte en su país, pero por parte de su esposo, un hombre alcohólico vinculado a una red de sicarios.
Acudió a la Comar para solicitar que ella y su nieta lleguen hasta Monterrey, Nuevo León, donde las espera uno de sus hijos, pero las autoridades le pidieron pruebas de la violencia doméstica que padecía, hecho que –aunque mostró mensajes amenazantes en redes sociales– no ha podido comprobar.
LAS JÓVENES CARECEN DE OPORTUNIDADES
Mientras esperaba sobre la Calzada de Guadalupe, Mireya, joven hondureña de 19 años, se reponía de los malestares provocados por su segundo embarazo.
Apenas tiene un mes, lo acaba de descubrir. El padre es un guatemalteco de 18 años que conoció en México hace tres meses, después de que decidió cruzar la frontera. La joven salió de su país acompañada de su madre y su hijo de un año de edad porque su comunidad “se hunde de pobre”.
La adolescente abandonó la secundaria hace dos años porque el director no la dejó continuar porque presentaba un embarazo, entonces trabajó juntó a su madre como empleada del hogar.
El padre de su primer hijo es 15 años mayor que ella, tiene otra familia y desde que supo del embarazo de la joven, entonces menor de 18 años, no quiso hacerse responsable.
Ahora que pisó suelo mexicano, Mireya está convencida de formar una nueva familia con su pareja. No quiere regresar a su país ni ir a Estados Unidos; quiere una “vida nueva”.
Kelia es otra joven embarazada que llegó en el Viacrucis, es una guatemalteca de 22 años que va a encontrarse con su padrastro para que la ayude a conseguir trabajo. Ella salió de su país porque quiere conocer algo más que la pobreza. Nunca fue a la escuela; se quedó junto a su madre a moler maíz para alimentar a sus cinco hermanos.
Es la segunda vez que intenta cruzar a México, pues la primera ocasión la detuvieron y la “encerraron” 15 días en las estaciones migratorias.
Ahora que espera el nacimiento de su primer hijo tiene el propósito de continuar su viaje, aunque los mareos la persigan; la amiga con la que salió de su país, de su misma edad, no pudo seguir el trayecto porque el embarazo “la puso mal”.
Su amiga se entregará a las autoridades migratorias para que la regresen “a la pobreza”, pero Kelia llegará a EU a hacer una “nueva vida”.
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