patriarcado
VIOLENCIA
QUINTO PODER
Los incendiarios hijos del patriarcado

¿Qué tienen en común un hombre de 20 años de edad en Alemania y un joven de 22 años en un municipio de Zacatecas? Ambos cometieron feminicidio contra mujeres cercanas. En el primer caso su pareja, y en el segundo, una hermana. Debido a la crueldad y la saña, acapararon la atención de los medios de comunicación con coberturas que hicieron énfasis en la forma en que fueron cometidos ambos casos de feminicidio.
Cuando un concepto de la sociología, la antropología o la sicología se vuelve de uso común y necesario para entender un fenómeno social, también es indispensable incorporarlo para su comprensión, en el sistema judicial.
Los argumentos más reticentes por parte de quienes operan la justicia para incorporar el tipo penal de feminicidio y/o de mirar los contextos de la violencia contra las mujeres, se basa -la gran mayoría de las veces- en la dificultad para aceptar que las leyes tienen algo que ver con el “patriarcado” o “control y sometimiento”, “género”, “desigualdad y violencia estructural”, entre otros.
Pero el tema es mucho más complejo aún. Ahí están los medios de comunicación que construyen y difunden sus coberturas desde narrativas violentas que criminalizan y hacen apología a la violencia, y que también se convierten en una forma de extensión de la violencia contra las mujeres; o los discursos naturalizados a través de la publicidad y la mercadotecnia, que en un país feminicida como México, intentaron defender bajo los argumentos de la libertad de expresión, que un cantante presentara un video en el que un sujeto encajuelaba a su esposa para después prenderle fuego.
¿Cuántos casos de feminicidio se han cometido con esas características? Muchos más de los que quisiéramos, y aun así hubo quienes dijeron que “las locas feministas exageraban”.
Pero volviendo a la pregunta ¿qué tienen en común estos dos hombres, cuyos actos feminicidas conmocionaron a las sociedades donde se registraron? En el caso de Alemania, el joven engañó a su novia, quien tenía 8 meses de embarazo, y le dijo que irían a comprar ropa; en el segundo, no se conocen más detalles pero se supo que el hermano de la víctima “reaccionó de manera violenta” porque la joven de 25 años estaba embarazada.
En ambas situaciones, las mujeres eran jóvenes de menos de 30 años de edad y estaban en su octavo mes de embarazo. La joven alemana fue llevada a un bosque donde fue acuchillada y posteriormente le prendieron fuego. La mexicana, discutió con su hermano quien decidió rociarla con gasolina y prenderle fuego.
En ambos casos la característica es el vínculo de confianza que favoreció la cercanía entre el agresor y la víctima,
Del caso de Zacatecas, una de las notas señala: “El agresor es un hombre de su misma sangre, aún se desconocen los motivos que llevaron a la reacción que atentó contra la vida de la mujer de 27 años”, como si hubiera algún motivo que llevara a un hecho así.
Hace cosa de 22 años, en Campeche, un par de marinos concluyeron una jornada de trabajo y fueron a tomar alcohol y a consumir alguna droga, subieron a un microbús en el que por la hora -9 de la noche- sólo había una joven estudiante que se dirigía a su casa. Los tipos llevaban un bidón de gasolina y le prendieron fuego a la joven dentro del autobús.
Ella se llamaba Ivonne, falleció 7 días después por las quemaduras, su caso originó todo mi trabajo de documentación de homicidios contra mujeres cometidos en contextos particulares en los que prevalecía un desprecio por la vida de las mujeres y ejecutados con la peor de las sañas y brutalidades.
El tiempo, la distancia, las sociedades, parecen remitir a la quema de mujeres en la edad media, el castigo que se infringía alas “malvadas” que se atrevían a ser libres.
El desprecio manifiesto por la vida de las mujeres es lo que tienen en común estos incendiarios hijos del patriarcado. Conductas que nos hacen preguntarnos si es posible que haya “agravantes en un delito que ya es de por sí grave”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
16/AC/LGL
VIOLENCIA
QUINTO PODER
El feminicidio-suicidio, el desprecio por la vida

Un factor de riesgo que es posible detectar constantemente cuando las mujeres acuden a los centros para denunciar la violencia es que el esposo-pareja manifiesta deseos suicidas, y esto se convierte en un elemento indicativo del nivel de violencia que puede llegar a ejercer contra ella y los hijos, dado el poco valor que reconoce a la vida.
Poca atención se pone a este factor de riesgo, y eso lo vemos en las persistentes noticias de feminicidio-suicidios.
Sin embargo estos casos que aparecen en las páginas de los diarios, abordadas con coberturas que suelen naturalizar el poder que tiene el hombre de decidir en la vida de otra persona, no sólo invisibilizan el hecho al publicar que “muere una mujer y su esposo”, cuando se trata de un feminicidio-suicidio, sino que contribuyen con este enfoque a normalizar que él pueda disponer de la vida de ella.
En las instituciones que reciben las quejas o denuncias no se toma en cuenta este criterio para mirar las acciones preventivas que podrían evitar el asesinato de mujeres a manos de sus compañeros que han decidido poner fin a su vida, pero antes acabar con la de quien consideran “su propiedad”.
El acto mismo del feminicidio-suicidio tiene implicaciones de soberbia egocéntrica en la que un sujeto que decide poner fin a su vida, cree tener derecho a terminar también con la vida de quien le rodea, de su familia, a la que en gran medida considera su propiedad, la extensión de su cuerpo y de su vida.
Como un común denominador latente en todo el país, así como en países en los que prevalece la misoginia y el machismo, los casos de feminicidio-suicidio ocupan un día o dos, un encabezado de los medios, sin embargo no ocupan la atención de sociólogos, antropólogos o de otras áreas, y son pocos los espacios que se conceden a estos hechos más allá de la nota roja.
No se advierte como un problema que enmascara la violencia del poder, porque al final quien decide acabar con la vida de otra persona -antes de acabar con la propia- siente que puede y tiene derecho a hacerlo, porque no le importa, no escucha, ni le interesan los deseos de vivir de la otra persona.
Hay también un deseo de llevar a este nuevo espacio de muerte a quien considera como una extensión de su propio cuerpo. Ahí radica la creencia que desde la antigüedad se traducía en incinerar a los muertos junto a una esposa, o sus bienes.
Creencia que tiene su origen en un mito de la vida más allá de la muerte y la necesidad de llevar consigo los bienes o propiedades que son suyos, pero también que “le harán falta”.
En septiembre se cometió un feminicidio-suicidio en el municipio de Carmen, Campeche. El fin de semana lo cometió un sujeto en el norte del país, en Sonora. ¿Qué tienen en común dos hombres en contextos sociales diferentes, en geografías distantes, en modos de vida distintos? El patriarcado.
Eso es lo que ambos tienen en común. El sistema social en el que viven, independientemente de sus niveles de ingreso, cultural o profesional. Uno era un hombre rural y el otro un docente de inglés, ambos crecieron en un sistema de permisibilidad que les ha hecho creer que pueden tomar la vida de quien consideran “su mujer, su pareja”, y extender este control y posesión “más allá de la vida”.
Como cada una de las aristas en torno al feminicidio, ésta constituye por sí misma un tema de estudio, análisis y reflexión para saber lo que hay detrás, para mirar qué mueve a una persona no sólo a privarse de la vida porque ya no puede sobrellevar su realidad, sino a sentir el poder y tener el control para decidir también acabar con la vida de otra persona.
El sistema social en el que vivimos nos ha hecho creer y sentir que la muerte de un hombre es una tragedia, un hecho lamentable, pero las mujeres mueren. Mueren todos los días y a todas horas, mueren porque quienes se creen “sus dueños” han decidido que la necesitan ahí, acompañándolo en la muerte, igual que ayer, cuando no había posibilidad de la viudez sino morir quemadas o sepultadas vivas junto al esposo.
A fin de cuentas la única diferencia entre ese ayer y el hoy, es que antes “otros las mataban” para ellos, hoy son ellos mismos –dado el control que tienen sobre su contexto- quienes pueden decidir acabar con la vida de ellas.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
16/AC/LGL
FEMINISMO
DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Hijos del patriarcado

Desde siempre, al menos que yo recuerde, los conceptos de sexo y poder han ido unidos. El patriarcado ha asociado la imagen de mujeres con cuerpos considerados bellos siempre al lado de hombres vencedores y con éxito. Y una de las mejores imágenes de lo que digo son las señoras que acompañan en los pódiums a los vencedores de las etapas de las carreras ciclistas o de las de motos y que además son rociadas sin permiso de bebidas destinadas a los vencedores. Sencillamente forma parte del espectáculo del premio y del premiado como si parte del premio se tratara.
Asistimos a esa "cosificación" de la imagen y del cuerpo de estas mujeres casi cada día y esa es una parte del éxito del patriarcado.
Esta semana asistimos con vergüenza a la difusión de un video de contenido sexual grabado por dos jugadores del Eibar quienes mantenían relaciones con una mujer que les decía que no la grabasen. Ellos hicieron caso omiso y el vídeo comenzó a circular por redes sociales ante lo cual ella les denunció. No sólo obviaron su NO a la grabación, sino que además lo difundieron y cuando ya se les había escapado de las manos, pidieron perdón al club y a la afición pero no a ella, a la afectada. De nuevo la cosificaron obviándola totalmente. Lo explica magníficamente bien Isabel Olmos en su artículo "Fútbol, vídeos y machismo".
Alguna gente de la caverna del periodismo deportivo se atrevió incluso a afirmar que los jugadores en cuestión no debían pedir disculpas puesto que formaba parte de su vida privada. Y claro una se pregunta si la vida privada de la mujer a la que grabaron y que dice que no la graben tiene alguna importancia para estos periodistas impresentables, hijos del patriarcado que, de nuevo, "olvidan" la voluntad de la mujer y la dejan como culpable de los males de estos dos cretinos por denunciarles.
Este es sólo un ejemplo, pero lo que más me irrita es sin duda la actitud de otro hijo predilecto del patriarcado y que pretende ser el presidente de los Estados Unidos. Me refiero a Donald Trump a quien conocemos por ser misógino, xenófobo y por encarnar, al menos para mí, todos los defectos de la raza humana.
En un video aparecido recientemente, pero grabado hace 11 años, este impresentable habla de las mujeres como objetos a los que puede hacer de todo por tener dinero. No voy a ser más explícita porque evidentemente el mamarracho en cuestión no merece ni un segundo más de mi tiempo ni de mi energía. Me parece absolutamente repugnante como hombre, pero a su vez encarna a la perfección todos los defectos del patriarcado, como buen hijo suyo que es. Y este pretende ser un modelo a seguir para gobernar el mundo....Deberemos plantearnos un exilio en otro mundo si este "ser" obtiene la victoria electoral el próximo noviembre.
Tratarnos a las mujeres como "objetos" a los que usar sin tener en cuenta nuestras voluntades o nuestros deseos es una de las peores caras del patriarcado que, al igualar el deseo sexual y el deseo de poder, enseña sus fauces y pervierte cualquier posibilidad de igualdad entre ambos géneros. Pero además niega cualquier posibilidad de otro tipo de deseo sexual que no sea el heteronormativo.
La cosificación y la hipersexualización de los cuerpos de las mujeres y cada día más de las niñas es, a mi juicio, una de las manifestaciones más crueles de la violencia machista estructural que no duda en reducirnos a objetos sin voluntad ni voz para manifestarla y que por tanto se puede "tomar" sin permiso y en cualquier momento.
Por tanto, la posesión de esos "objetos" considerados "bellos" va a su vez asociado a una serie de privilegios otorgados por el patriarcado a sus hijos preferidos que reflejan el éxito y, por tanto el poder.
Al tiempo es el propio patriarcado quien va marcando tendencias de modas en los cuerpos de las mujeres para satisfacer sus propios deseos y fantasías sexuales. Así como los cánones de belleza que desea poseer para seguir mostrando sus trofeos a sus correligionarios. Para nada importa que sean modelos asexuados o enfermizamente delgados. O todo lo contrario. Se trata en definitiva de marcar pautas sobre sus deseos y necesidades.
No importa, tampoco, que estos modelos de belleza lleven a enfermar física e incluso psicológicamente a las mujeres y a las niñas para gustar, puesto que ese es el objetivo: creerse privilegiada por gustar a un hijo predilecto de ese patriarcado depredador.
El hacernos creer que realmente queremos lo que ellos quieren o desean es otro de sus triunfos. Y ese triunfo nos divide a las mujeres que perdemos nuestra solidaridad de género en una competencia insana y autodestructiva que nos lleva a estar, en demasiados casos, enfrentadas entre nosotras por suspicacias y sospechas infundadas que nos dividen y nos debilitan.
Baste ver las pocas voces que han surgido ante los acontecimientos como los citados, defendiendo a las verdaderas víctimas que son las mujeres y la cantidad de voces que han salido defendiendo a los agresores que son los causantes del daño y del dolor.
A la mente me vienen muchos más ejemplos de poderosos e ilustres hijos del patriarcado que han acabado destruyendo la vida de mujeres públicas o anónimas y a quienes el sistema ha acabado protegiendo e incluso justificando, cuando no protegiendo.
Y es que la violencia machista estructural es silenciosa, invisible pero muy potente porque acaba inoculando patriarcado puro en cada palabra que defienda al agresor o cuestione las voces de las mujeres agredidas y, por tanto, víctimas.
Cuestionar la voz de una mujer es, en sí mismo, violencia machista estructural porque al cuestionarla, se cuestiona su verdad sólo por ser mujer y por tanto se le anula el valor que pueda tener. Y eso tiene muchas connotaciones transmitidas por los mejores y más aplicados hijos del patriarcado: los de faldas largas y negras.
Ellos siempre al lado de los poderosos, siempre justificando las tropelías del patriarcado hacia las mujeres para mantener todos sus privilegios y de todo tipo sin importar nunca el dolor que causan.
Ellos que se apropiaron de la palabra y la otorgaron y negaron según sus propios intereses y que a las mujeres nos otorgaron el papel subsidiario de los hombres y nos negaron la voz, son también hijos favoritos del patriarcado más rancio y feroz y han participado y participan del poder y de todas sus consecuencias, disfrutando también de los premios que se otorgan desde ese poder del que participan.
Y por eso temen nuestras voces. Porque les acusamos directamente de todo el sufrimiento que nos han causado y nos siguen causando.
Porque a ellos, a todos ellos, a todos los hijos de ese patriarcado feroz, les maldigo y les acuso directamente de todo el dolor causado a lo largo de los siglos y de las actuales y refinadas (o no) formas de dominación que siguen practicando.
Sé que no estoy sola en esta acusación y eso da fuerzas para levantar la voz y decir lo que pienso. Una voz que no voy a permitir que nadie me arrebate ni silencie. Una voz, la mía, que junto a muchas otras de mujeres y hombres señalan sin miedo ni pudor a esos hijos del patriarcado que pretendemos debilitar cuestionándolas sin tregua.
Las voces y las palabras como únicas armas para intentar desmontar su discurso falaz y dañino cada día. En esas ando. En esas andamos mucha gente.
tmolla@telefonica.net
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
16/TMC/LGL
FEMINISMO
Desde la luna de Valencia
Desigualdades, ¿las sabemos reconocer?

En demasiadas ocasiones se nos acusa a las feministas de "radicales" por pasarnos la vida reivindicando una igualdad real entre mujeres y hombres y no conformarnos con la igualdad formal en la que vivimos.
Denunciamos con datos y con hechos esas desigualdades para hacerlas más visibles. Y no sólo recurrimos a las cifras (teóricamente) objetivas que nos muestran las encuestas y los sesudos estudios que se realizan en los laboratorios de todo tipo. No. No nos hace demasiada falta. Solo con observar las realidades cotidianas y con unos ojos bien abiertos sabemos percibirlas rápidamente.
Es justo en ese momento, en el que una mirada entrenada lo percibe y le pone palabras, cuando saltan las alarmas patriarcales (de mujeres y hombres, todo hay que decirlo) para llamarnos radicales, feminazis y otras lindezas de ese tipo y que ya conocemos. En fin...
Y es que como dice la frase "No hay peor ciego que el que no quiere ver" y ahí están las desigualdades pero si no las sabemos ver, si las mantenemos ocultas a nuestros ojos, nos resultará mucho más fácil seguir según el orden establecido. Un orden por otra parte, absolutamente impuesto por el patriarcado para mantener todos sus privilegios.
Vamos a observar ese orden y desgranar algunas de las "normalidades" cotidianas.
El miedo, esa potente arma que permite la dominación. El miedo, por ejemplo, a caminar solas y de noche es un hecho que todas conocemos porque lo hemos padecido en alguna ocasión. Y ese miedo real es la consecuencia de ocupar el espacio público que simbólicamente pertenece a los hombres. Y el mensaje que se transmite es que no se debe transitar cuando ha oscurecido porque ellos pueden ocuparlo todo, incluso tu cuerpo, por estar en su espacio. Si ya sé que dicho así puede sonar un poco brusco, pero el mensaje simbólico que se transmite es ese. "Este es mi espacio y si lo ocupas, yo puedo ocuparte incluso a ti". Sin más razón que esa.
Otro ejemplo. Legalmente está establecido que tanto el padre como la madre puedan reducir su jornada laboral para el cuidado de sus criaturas menores o para el cuidado de familiares. Como las tareas de cuidados han sido tradicionalmente un rol de las mujeres, son ellas las que, mayoritariamente, se toman estos permisos con la consiguiente reducción salarial que a su vez afectará a sus futuras pensiones. O, en el peor de los casos, serán ellas las que abandonen sus empleos para el cuidado de personas mayores, menores o dependientes, con la consecuente pérdida de la independencia económica presente y futura. Pero esto sigue siendo "normal" para muchísima gente.
Vamos con otro tema que particularmente me resulta muy penoso. El uso de lenguajes no inclusivos o dicho de otra forma el uso sexista de los lenguajes.
A ver, que sí existe sexismo en los lenguajes cada vez que se usa el genérico masculino. Y si existe sexismo existe desigualdad, pese a que mucha gente siga pensando que es una cuestión de economía de recursos. Se puede hacer un uso no sexista de los diferentes lenguajes sin caer en duplicidades ni en violencias simbólicas de las imágenes. Se pueden vender coches sin cosificar los cuerpos de las mujeres o lo que es peor, el de las niñas. Y se pueden vender juguetes sin recurrir a roles heteroasignados que pretenden mantener ese orden patriarcal y desigual.
No me valen argumentos tradicionalistas para mantener las cosas como están. No me valen imágenes hipersexualizadas de las niñas para vender cualquier producto. Y no me valen porque se está jugando incluso con su salud.
No me vale que en las escuelas e institutos se hable de "los alumnos" y no del alumnado, de "los" docentes y no del personal docente. Que en las fábricas y centros de trabajo se hable de "los" trabajadores y no de las personas trabajadoras. Que se normalice lo de "los" ciudadanos y no se consiga lo mismo hablando de la ciudadanía. De verdad que es doloroso a la par que cansino andar siempre con lo mismo: Discutiendo todo el rato sobre la exigencia-necesidad de hacer visible a más de la mitad de la población que somos las mujeres. Pero sigue sin verse como una desigualdad real y creciente este uso sexista de todos los lenguajes.
Otro ejemplo de "normalidad" en las desigualdades: la salud de las mujeres. Yo siempre la llamo como esa gran desconocida.
Y es que si tenemos en cuenta que hasta prácticamente los albores del siglo XXI no había estudios específicos sobre las diferentes reacciones de los medicamentos en los cuerpos de los hombres y de las mujeres por falta de investigaciones de estos en los cuerpos femeninos, nos haremos una idea de la gravedad del tema.
Si exceptuamos los momentos del embarazo y de la lactancia (donde curiosamente no es "aconsejable" tomar medicamentos) el cuerpo de las mujeres no ha interesado a la medicina en cuanto a la investigación de enfermedades. Por tanto, el modelo con el que se ha construido la medicina moderna ha sido el modelo del cuerpo masculino. Baste con acudir a alguna consulta médica y comprobaremos que los diferentes carteles que anuncian medicamentos habitualmente están ilustrados con cuerpos de hombres.
A todo este tipo de cosas y otras todavía más sutiles me refería al principio cuando hablaba de las desigualdades reales. Todo lo que he expuesto existe hoy en día. Pero resulta mucho más fácil negarlo y volver a la manida y exasperante frase de "que ya existe igualdad; la consagra el artículo 14 de la Constitución". De verdad que estoy de esa frasecita ¡hasta el mismo moño!
Obviamente el discurso de la "normalidad" de roles esconde la "normalidad" del patriarcado; mientras no se cuestione esa realidad "normal" todo estará en orden. Las mujeres y las niñas tendremos un trato de igualdad formal pero no de igualdad REAL que es la que nos interesa.
Hemos de entrenar la mirada para ver y denunciar esas desigualdades ocultas detrás de los micromachismos cotidianos que pretenden naturalizarlas.
Ver y denunciar significa posicionarse frente a las desigualdades y no quedarse de perfil viendo qué ocurre cada día. Significa plantar cara al patriarcado y decir ¡BASTA!
Ver y denunciar implica ser parte de la solución y, por tanto, dejar de ser parte del problema. Implica dejar los chistes y chascarrillos sexistas o de índole sexual con el ánimo de desprestigiar o de deslegitimar a las mujeres, por ejemplo.
Posicionarse ante las desigualdades significa un acto de valentía e implica un esfuerzo continuado de deconstrucción y cuestionamiento de lo aprendido para construir un nuevo paradigma social en donde la igualdad todo tipo sea el objetivo.
Desnudar la realidad de la normalidad patriarcal en la que se camufla el patriarcado para actuar cada día, incluso justificando los asesinatos de mujeres y niñas, considero que es un sano objetivo cotidiano, pese a que me (nos) llamen feminista radical, feminazi, etc.
Sé que es una utopía. Pero es mi utopía y no la voy a cambiar. Sé que no estoy sola y eso empodera, y mucho.
tmolla@telefonica.net
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
16/TMC/LGL
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